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El vientre de la ballena

El vientre de la ballena

Un cruce de caminos, el diablo y una guitarra de blues. La leyenda del mítico músico Robert Johnson es el origen de este libro, Los dedos del diablo. Por su páginas veremos pasar a Elvis Presley, Janis Joplin y Billie Holiday.

Zenda reproduce «El vientre de la ballena», un relato sobre los Beatles del libro Los dedos del diablo, de Carlos Fidalgo.

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El camión blindado había estacionado detrás del escenario. El templete metálico, situado a la altura de la segunda base del estadio béisbol, medía cinco pies de altura y estaba protegido por una hilera de agentes de la policía de San Francisco, con todo el campo de juego vacío. El público asistía al concierto sentado en las gradas, a una buena distancia. Y los cuatro músicos ingleses, en su isla de hierro, se desgañitaban para que sus voces, su música, se oyera por encima de los gritos histéricos del gentío.

Aquello era un circo.

El último.

George Harrison, agarrado a su guitarra como un náufrago, se volvió a preguntar qué sentido tenía estar allí. Estaban de acuerdo. Aquello era una feria, y ellos eran los cuatro monos de la atracción principal. Imposible entender lo que decían. Imposible apreciar la música. Y todas aquellas medidas de seguridad… De nada había servido que John se disculpara en Chicago por haber comparado la fama de los Beatles con la de Jesucristo en una entrevista. El Ku Klux Klan quemaba sus discos. Recibían amenazas de muerte. Ni siquiera salían del hotel. No se atrevían a pisar las ciudades donde tocaban. El mundo había enloquecido.

Pero eso no era lo más preocupante. A John le habían traído un niño ciego durante la gira. «Bésalo —le había pedido la madre—. Volverá a ver». Y qué podía hacer. Había visto demasiada pobreza, demasiada ignorancia en Merseyside como para no acercar los labios a la frente de aquel crío. Y no había sido el único. Otra madre les llevó a su hijo lisiado. «Tócalo —le había pedido a John—. Volverá a correr». Y cómo negarse a rozarle el muñón con los dedos.

Pero la música no hacía milagros. Aquello era un caos. Y se jugaban el tipo. En otros conciertos les tiraban zapatos, sujetadores, y los espontáneos intentaban en todo momento subirse al escenario. Ahora empezaban a temer que alguien se les acercara con una pistola.

«Rápido y nos vamos», ese era el acuerdo. Y hacia el final del concierto comenzaron a saltar algunos fans de las gradas, claro. Esos sí que corrían sobre el césped, de eslalon en eslalon entre la policía hasta que los atrapaban. Imposible no verlos con todas las luces del estadio de beisbol apuntando al campo de juego.

Ilustración: ©Daniela de los Ríos

No, la música no hace milagros. Quizá pueda curar los desarreglos del alma, pensaba George Harrison, el más espiritual del cuarteto, quizá esconda alguna respuesta. Pero aquí no la vamos a encontrar.

Después de once temas, Lennon tocó los acordes iniciales de In my life, su composición más personal, pero abortó la canción. Ringo soltó las baquetas. Se quejó un amplificador, exhausto. A continuación, los cuatro se hicieron un autorretrato sobre el escenario con una cámara con temporizador. Era la última gira, el último concierto, el último directo. Y había que posar para la posteridad. Después bajaron del templete a la carrera, un último saludo a las gradas, entraron en la camioneta blindada igual que Jonás en el vientre de la ballena y, escoltados por las motocicletas de la policía de San Francisco, los coches patrulla y los gritos de histeria de la multitud, abandonaron el estadio de Candlestick Park metidos en una caja fuerte blindada, como cuatro becerros de oro a los que no se cansaban de adorar.

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Autor: Carlos Fidalgo. Título: Los dedos del diablo. Editorial: Mueve tu lengua. Venta: Todostuslibros

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