Hotel Chile

Se llamó Luis y fue cocinero. Uno de los mejores. A finales de los años 40 recibió la proposición de trabajar en el hotel-restaurante Francisco de Aguirre, en La Serena, en el norte chico de Chile, a orillas del Pacífico. Lo consultó con Irma, su mujer, y juntos decidieron dejar Santiago para probar suerte.

La noche anterior al viaje, Luis no durmió. Acarició las orillas del vientre de Irma, imaginó el rostro de su primer hijo y se dijo que había tomado la buena decisión.

El viento de los Andes, el puelche, soplaba con fuerza, siguiendo su eterno recorrido desde la Cordillera hacia el mar. Remolinos de aire golpeaban contra los rubores de sus mejillas. Pero no fue ese viento el que le nubló la vista, fueron los recuerdos de su pasado, que no le dejaban echarle llaves a su casa de la calle Pedro Mira.

"Le podrían haber puesto Ulises, pero lo llamaron Luis: Luis Humberto Sepúlveda Calfucura (Lucho)"

El Ford Custom estaba impoluto, lo había revisado y lustrado a conciencia para el largo periplo que les esperaba. Terminó de cargar el coche y, sin mirar atrás, tomó la mano de Irma y arrancó.

Carretera Panamericana: la mítica Ruta 5 que cruza el país de extremo a extremo, la que tantas veces recorriera para llegar a la Patagonia. Sólo que esta vez la tomó en dirección opuesta. Rumbo al norte.

Condujo a baja velocidad para evitar los sobresaltos y los mareos de su esposa. Los primeros 400 kilómetros fueron suaves y todo iba bien, hasta que, a la altura de Ovalle, Irma comenzó a sentir fuertes dolores. Decidieron hacer una pausa en el primer hotel que encontraron. Llamaron a un doctor. Llegó una partera. Dos días después, el 4 de octubre de 1949, el parto tuvo lugar.

"Ahora que se ha ido, cuesta tanto evocar el rastro de vida que Lucho Sepúlveda dejó desde sus primeros llantos en aquel hotel de Ovalle"

Le podrían haber puesto Ulises, pero lo llamaron Luis: Luis Humberto Sepúlveda Calfucura (Lucho). Una vida de viajes y aventuras, como habría de ser la suya, no podía comenzar de mejor manera, ni en otro lugar que no fuera el Hotel Chile.

Ahora que se ha ido, cuesta tanto evocar el rastro de vida que Lucho Sepúlveda dejó desde sus primeros llantos en aquel hotel de Ovalle, hasta su último suspiro en Oviedo, del otro lado del mundo… Sin embargo, eso es precisamente lo que se propone el homenaje que se celebrará a partir del 24 de febrero en el Festival Literario Correntes d’Escritas, en la ciudad portuguesa de Póvoa de Varzim: una revista monográfica y una exposición dedicadas a Lucho para mantener vivas su voz, su sonrisa, su aliento, su energía, y encontrar las claves de su obra y de su vida.

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