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La filarmónica se viste, de Karla Kuskin y Marc Simont: El estado de gracia

La filarmónica se viste, de Karla Kuskin y Marc Simont: El estado de gracia

De La filarmónica se viste puede y debe decirse que nació y fue compuesta en verdadero estado de gracia. Esta obra, escrita por Karla Kuskin (neoyorquina de fino talento poético y esposa durante un tiempo —es importante decirlo, en esta ocasión— de un oboísta) e ilustrada por Marc Simont (gran dibujante, de quien también se ha recuperado recientemente su clásico El perro vagabundo), es un álbum de una comicidad ejemplar.

En él se consuma eso que podríamos denominar una risa del almacuerpo, un humorismo integral, capaz de representar de manera viva, orgánica, la dimensión animal e imaginativa que nos constituye a los seres humanos. El planteamiento no puede ser más sencillo ni más ingenioso, lo anuncia un título de apabullante claridad (lo cual lo hace, de paso, inolvidable): veremos los preparativos de un conjunto de músicos de una orquesta filarmónica antes de iniciar un concierto, sus avatares domésticos, perfectamente cotidianos, antes de que arranque la música excepcional.

"Las siluetas de las bañistas son bienhumoradas, lejos del erotismo o esteticismo que caracteriza este género de la tradición pictórica occidental"

Para ello, el álbum empieza como pudiera hacerlo una película de Hitchcock: con un paisaje urbano en el crepúsculo del viernes. Es el inicio de una historia que nos llevará de los contornos en sombra de la ciudad de Nueva York al interior de las casas que aparecen ya iluminadas, con ese dorado de las luces artificiales, anuncio del reino hogareño. A partir de ese momento, la pequeña intriga se relaja (no la hay tal, aunque siempre se juegue con la pequeña sorpresa de husmear en las vidas ajenas, de especular sobre sus destinos o acciones) y el aire misterioso de la gran ciudad en la llegada de la noche da paso a divertidas escenas esparcidas en el blanco de las páginas: hombres y mujeres duchándose o bañándose, cada cual según su gusto y sujeto a universales peripecias (frotarse los pies, darse un baño de espuma, leer en la bañera, el gorro en la cabeza, la pastilla de jabón que se escurre, el placentero chorro de agua caliente en la espalda…).

Desde el principio se nos aclaran los perfiles de la simpática masa, graciosamente individualizada (son 105 personas en total, 92 hombres, 13 mujeres… —todo el álbum tendrá el eco cómico de las retahílas, el gracioso conteo del número de barbas o la descripción particularizada de atuendos—), y al aseo seguirá el secado (contorsiones del cuerpo con las toallas, como quien frota un violín), la puesta de ropa interior y de calcetines:

“Los hombres se ponen calzoncillos largos o cortos. Algunos se ponen camisetas de manga corta debajo de la camisa. Otros se ponen camisetas sin mangas y unos pocos de los noventa y dos no llevan camisetas interiores. Pero se está haciendo de noche y la temperatura está bajando, y un hombre muy delgado se pone un esquijama debajo de la ropa”.

Las siluetas de las bañistas son bienhumoradas, lejos del erotismo o esteticismo que caracteriza este género de la tradición pictórica occidental (“las trece mujeres se ponen todo tipo de ropa interior: braguitas, medias, enaguas y sujetadores. Una mujer que siempre tiene los pies fríos se pone unas medias de lana encima de sus medias de nailon”).

Por lo demás, los colores proponen un divertido juego, pues de la algarabía cromática de las toallas y las prendas interiores el álbum va dando paso al negro (el elegante brillo de las ropas nocturnas) para de nuevo colorearse con la capa de los abrigos, las cazadoras, las bufandas, las manoplas…

"La filarmónica, ya vestida, empieza su trabajo y, en doble página memorable, los acordes se convierten en manchas verticales de color"

Del relato coral se individualiza la figura del director (único que se viste en el hotel, único que lleva fajín, único que se pone chaqué, único que tiene en el flequillo un mechón de pelo plateado…). El didactismo musical se filtra con delicadeza (qué es un arpa, qué son los timbales, qué es el batintín o la batuta) y la gracia poética de Kuskin brinda metáforas impecables: “el director baja la batuta y el palacio, que es ancho y largo como un campo de fútbol de terciopelo rojo, se llena de música”.

Sobre ellas construye Simont su hormigueo de personajes entrañables, que tendrá su estallido final a las 20:30, hora en la que se desintegran las últimas notas de suspense y vemos iniciarse la música. La filarmónica, ya vestida, empieza su trabajo y, en doble página memorable, los acordes se convierten en manchas verticales de color. Por el camino ha quedado otra hermosa doble página, más humilde, donde se nos daba noticia de los que se quedaron en casa tras despedir a sus esposos o esposas, a sus padres o madres, a sus dueñas o dueños (también hay gatos y perros). Es la lección prodigiosa de este álbum: recordarnos la naturaleza corporal y simbólica de nuestra especie, la unión inseparable, viva y risueña, de ambas.

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Autora: Karla Kuskin. Ilustrador: Marc Simont. Título: La filarmónica se viste. Editorial: Corimbo. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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