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La rabia

Pocos espíritus revolucionarios terminan sus días con el fervor intacto. Lo habitual suele ser que el desencanto horade sus cimientos como la carcoma.

Los tiempos que se emplearon en rebatir el poder establecido y los que se creían que vendrían, promesas de una lucha encarnizada, quedaron en un presente mejor o peor vivido, según el poder que se tuviera cuando la acción, según fuera uno dirigente o camarada; un presente, decía, donde no ondean ya sino los jirones de todo lo que no pudo ser o no se permitió que fuese.

"Este es un libro nacido de la rabia, que ha sido escrito por y pretende arengar sobre las injusticias cotidianas, urbanas, políticas y sociales de la Atenas de finales de los años setenta"

Esta desolación, antigua como el sol, volvía a uno cual letanía, con toda su fuerza y orden, cada vez que pasaba las páginas del libro de poemas de Caterina Gogu —traducido su nombre en otras ocasiones como Katerina Gogou—, poeta y personalidad de la cultura griega de mediados del pasado siglo XX, que me ha impresionado vivamente por la crudeza de su verbo, tan panfletario, a veces, y contestatario como mandaba el momento. ‘Hoy es lo que toca/ bacalao con salsa de ajo./ Prismáticos al cuello/ banderitas grasientas./Pegan el sol/ y el ajo./ Una mosca verde en el ojo del niño/ después del desfile. 25 de marzo del 77.’

Los poemas de Tres clics a la izquierda no componen un libro al uso en el que hallar creaciones que aprovechen tal o cual tradición, algo esperado, quizá, tratándose de una autora griega y del importantísimo bagaje cultural y literario del país a lo largo de su historia, porque este es un libro nacido de la rabia, que ha sido escrito por y pretende arengar sobre las injusticias cotidianas, urbanas, políticas y sociales de la Atenas de finales de los años setenta. Fue su primer libro, además. Uno comprende que no quería demostrar más que el arrollo al que todo se había sometido a su alrededor, la brutalidad policial reinante, la deriva de los ciudadanos entre la despreocupación y la ignorancia, pero la rebeldía permanecía en sus versos altaneros y desafiantes: ‘me he hecho pedazos en los parques públicos/ me he masturbado en sesiones privadas de porno/ he vomitado sangre y una ensalada blanca avinagrada/ en el metro/ y lloré tranquila al echar mis dos últimos peniques/ a la tristeza de las tragaperras./ ¡Ay, amigo! Quisiera echar uno/ y hacer saltar todas las putas tragaperras del mundo por los aires./ Hacer saltar toda la tristeza del mundo por los aires’, dice en el poema Aquí también, uno de los iniciales que nos avisa de la visión demoledora que continuará en los siguientes y que no conocerá piedad.

"Los poemas de Tres clics a la izquierda son las bravatas que desde un escenario se revisten de soliloquios, de guiños al público, entre cómplice y molesto, puede pensarse, sin media alternativa"

El ritmo o la métrica son temas ausentes y carecen de importancia en relación al libro de Gogu, pues el suyo es uno que busca la apreciación directa, la coloquial hostia bien dada con la mano abierta, el conseguir de una vez por todas, sin aderezos ni pamplinas, que podamos fijarnos en ‘esa de ahí/ esa persona concreta’ cuya vida y hechos pueden acabar siendo condenados por nuestra sociedad a ‘una muerte indefinida’, para asegurarnos de si los valores de aquella lucha que mencionábamos y se libró tiempo atrás, no se han tornado escarmientos con los que hacer penitencias y las cabezas gachas acaben por desmerecer todo aquello en lo que se creyó.

Caterina Gogu, como se nos cuenta en el prólogo elaborado por los tres traductores —Ioanna Nicolaidou, Vicente Fernández y Danai Tachtara—, fue actriz, y bastante de su deje teatral y cinematográfico se nota en sus escritos. Los poemas de Tres clics a la izquierda son las bravatas que desde un escenario se revisten de soliloquios, de guiños al público, entre cómplice y molesto, puede pensarse, sin media alternativa. Son el montaje alucinado y susurrantemente cabal de unas imágenes que entregan su sordidez por estar vivas —¿nosotros lo estábamos, lo estamos?—, por apretar los ojos sin esperanza, como dice, por si perviviera cierto heroísmo todavía en la juventud. Son las palabras que quedan metidas bajo los párpados y bajo la piel y ahí se remueven porque no conocen otro modo de sacarte de ese adormecimiento del que parece no se quiere salir. ‘Tengo que contarle a alguien lo que he aprendido/ tengo que mostrar lo que he visto./ Que no, hombre./ No tengo queja ninguna./ No tengo a dónde ir.’

En la soledad absoluta de estas páginas-tablas-lona de proyección, sin despegar la mirada que se ha clavado en nosotros, en silencio y aguardando lo que se apresura en acontecer, muy atentos al próximo ademán de Gogu, quien no ha dejado de escudriñarnos y ha procurado que cada uno de los versos fuera una lucha popular, con todo su fragor tardío que enrojece las mejillas, la figura de la poeta, con el exhibicionismo intenso y sentimental propio de los actores, con la verborrea palpitante y el pudor desmadejado de los escritores, se mantiene impasible, cuidadosa de no estropear el difícilmente narrable clímax de sus poemas, pero en uno, en nosotros, la certeza de saber excepcional hasta su sombra.

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Autora: Caterina Gogu. Traductores: Ioanna Nicolaidou, Vicente Fernández y Danai Tachtara. Título: Tres clics a la izquierda. Editoriales: Tercero incluido & Letraversal. Venta: Todos tus libros.

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