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Leer es vivir en estado de asombro

Leer es vivir en estado de asombro

Una casa llena de gente es una de esas novelas cuyo título acaba encerrando muchos más sentidos que el evidente. A medida que avanza la lectura, comprendemos que no se trata solo de una comunidad de vecinos en la que cuatro familias de composición y estilos muy distintos intentan encontrar formas soportables de convivencia, a pesar de que se oye todo por lo delgadas que son las paredes. Tampoco se refiere exclusivamente a la vida interna de los Almeida, familia ensamblada con tres hijos que para elegir dónde vivir se guían más por la potencial comodidad de los libros que de las personas. Sino que además la novela funciona en sí como edificio y se estructura según las etapas de construcción: cimientos, andamiajes, exteriores, interiores, escombros y reconstrucción; las mismas etapas que, en paralelo, siguen los personajes en su proceso de maduración. La literatura  es bautizada, por último, como la casa llena de gente por excelencia, la que nos hospeda a todos, con los personajes, autores, lectores que se reciclan y se reciclan a lo largo de la historia de la humanidad. La literatura es el mundo que nos contiene.

"Varias veces reinicié la narración hasta que decidí concentrarme en el retrato de dos mujeres en sus cuarenta cuando se mudan con sus familias a un edificio que acaba de estrenarse"

El título llegó casi antes que la novela, pero todo lo que significaba vino después, y a medida que se manifestaban los múltiples sentidos, se retroalimentaba con los eventos de la trama. Esa es quizá la razón principal por la que me gusta escribir: me maravilla asistir al procedimiento intangible por el cual las cosas toman forma frente a —y muchas veces contra o a pesar de— mí. El modo raro en que se definen y se imponen tanto los hechos como los personajes, cuánto ellos me inventan y me usan mientras juego a creer que es al revés. Lo mismo pasa al leer: leemos para vivir en estado de asombro. Así pues, escribir es ese momento en que uno se convierte en un lector ajeno de sí mismo.

Varias veces reinicié la narración hasta que decidí concentrarme en el retrato de dos mujeres en sus cuarenta cuando se mudan con sus familias a un edificio que acaba de estrenarse. Imaginé a una de ellas mirando, desde el piso de arriba, con una mezcla de envidia y desprecio, a la vecina de abajo mientras toma el sol en el jardín. Así empiezan a sentir mutua curiosidad y a merodearse. Las vi funcionando como opuestos que se necesitan y a la vez se rechazan, pero quieren conocerse para decidir en cuál de esos extremos ubicarse. Amistad o rivalidad. En todo caso, más interesante, pensé: la amistad que incluye una rivalidad marcada aunque oculta, con zonas indefinidas. Lo emocional entre mujeres muchas veces se da en ese clima, alcanza un pico de máximo embelesamiento y cae, ahí es donde hay que ver hacia dónde cae. ¿Explota, se estabiliza, se sume en la indiferencia y en el olvido? Tenía que elegir cuál.

La conjunción así planteada arrastra todos los otros temas: pareja, hijos, padres, comunidad, que son igualmente centrales en la historia. Familia ensamblada, hijas únicas, pareja sin hijos, un hombre soltero, una abuela prejuiciosa y cargante. Una amistad entre chicas de ocho a doce años que, en paralelo a la de sus madres, crece en otra dirección.

"Me entrevistaba por separado con los varios miembros de una familia para luego componer, con ese mosaico de voces, su historia"

Tardé en darle forma porque no terminaba de decidir quién sería el punto de vista o la voz principal. Hasta que lo relacioné con un trabajo que había hecho antes: escribir biografías personales por encargo. Me entrevistaba por separado con los varios miembros de una familia para luego componer, con ese mosaico de voces, su historia. Ese es el recurso que usa Charo en la novela para interrogar a las personas de su infancia que conocieron bien a su madre ya fallecida, algo a medias entre el rol del psicólogo y el periodista. Ese mecanismo la convierte en una especie de novela carrusel, que va dando vueltas entre las diferentes voces en contrapunto a medida que se edifica el relato y, de manera teatral, deja en claro cómo todos interpretamos las mismas situaciones desde puntos de vista diversos.

Porque la protagonista es traductora, escritora, loca de los libros, en el corazón de la trama hay un homenaje a la literatura como forma de vida que lo impregna todo. «La literatura es un cubo mágico, es todos los juegos en un juego, y eso es lo que la vuelve tan adictiva», es el mensaje que se propone legarle a los suyos Leila Ross.

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Autora: Mariana Sández. TítuloUna casa llena de genteEditorial: Impedimenta. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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