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Lepisma y los principios marxistas

Lepisma y los principios marxistas

—Decía Cecil B. DeMille que una película debe empezar con un terremoto y a partir de ahí debe ir hacia arriba.

—¿Con eso quieres darme a entender la importancia de la primera frase a la hora de conocer a una chica? —me preguntó David mientras tomaba notas en una libreta.

—Exacto, no hay una segunda oportunidad para una primera impresión. Pero recuerda, para seducir de verdad a alguien has de ser tú mismo —afirmé, mientras paradójicamente me hacía pasar por algo que no era, un experto en conquistas.

Veía tan desesperado al pobre chico que quise ayudarle con cuatro frases manidas y, por aquello de aportar mi sello personal, también una cita de un director del Hollywood clásico. David había estado ingresado conmigo en el psiquiátrico de San Humbértigo, hacía poco que le habían dado el alta y, aunque él nunca se sintiera solo, ahora quería rehacer su vida con alguien.

—Y debes hacerla reír.

—Hacerla… reír… ¡Anotado, gracias!

Un mes después nos encontramos y le invité a un café para que me explicara qué tal le había ido con mis consejos amatorios.

—Fatal —respondió—. Me presentaron a una encantadora viuda y, por aquello de romper el hielo y sacarle una carcajada, tal y como me recomendaste, le dije: ¿Quieres casarte conmigo? ¿Te dejó tu marido mucho dinero? Responde primero a lo segundo». No debió de gustarle la broma porque me dio la espalda y, mientras se marchaba, jugué mi última carta diciéndole: «Te puedes ir en taxi; si no consigues uno te puedes ir indignada». Otro día empezó una compañera nueva en el trabajo y mi primera frase fue: «Nunca olvido una cara, pero en tu caso estaré encantado». La noté sorprendida, pero se rio, así que, para rematar la jugada, le solté: «No reírse de nada es de tontos, reírse de todo es de estúpidos» —David hizo un breve silencio—. No ha vuelto a dirigirme la palabra. Otro día quedé con una chica a la que conocí en una app de contactos, y en nuestra primera cita a ella se le notaba tan nerviosa que no paraba de hablar, y yo le dije que la debían de haber vacunado con la aguja de un tocadiscos. Aquello no le gustó, y menos aún que entonces apareciera otra chica que había conocido en la misma aplicación y con la que había quedado a la misma hora en el mismo sitio. «Siempre salgo con dos mujeres», les aclaré buscando sus risas. «Detesto que las chicas vuelvan solas a casa». Como puedes imaginar, quien volvió solo a casa ese día fui yo. Joder, macho, en cuanto a relaciones, «partiendo de la nada he alcanzado las más altas cotas de miseria».

—Pe… pero si todas esas son frases de Groucho Marx. 

—Claro, me dijiste que debía hacerlas reír, así que simplemente copié al más grande —me mostró aquella libreta en la que lo apuntaba todo.

—También te dije que debías ser tú mismo.

—Claro, para ti es muy fácil —creo haber explicado que lo conocí en el psiquiátrico pero no que él estaba ingresado por su personalidad múltiple—. ¿Ser yo mismo? ¿Pero cuál de todos?

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