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Manifiesto contra los manifiestos anticensura

Manifiesto contra los manifiestos anticensura

En España, esto de modificar el discurso para intentar sortear la censura viene de lejos. Porque este es el principal peligro de la censura actual, aunque suene a perogrullada: sugerirte —sin exigirlo— que no digas las cosas que quieres decir, o al menos aconsejarte que las digas del modo que a ellos les conviene. Esto hizo Cervantes allá por el Siglo de Oro, es decir, que la anécdota cultural de las Romanzas de hoy retrocede cuatrocientos años de nada. En El coloquio de los perros, el can Berganza utiliza la hilaridad que provoca un animal que siente y padece para rajar de todos los estamentos hispánicos del momento: raja del matadero, de los carniceros, de los pastores y aun del rebaño mismo. O lo que es lo mismo: el bardo alcalaíno se cisca, con su talento habitual, en el poder político, en el religioso, en las instituciones y aun en el pueblo mismo. Y qué decir del Quijote, donde la inocencia de un loco idealista le permite a Cervantes atizar a diestra y siniestra, no sin antes acariciar el pelaje del rey con frases más o menos hiperbolizadas.

"Girar la cabeza sólo hacia uno de los extremos es, llanamente, exhibir la clásica cojera intelectual a la que la política lleva condenándonos desde tiempos cervantinos"

Días atrás, un grupo de intelectuales de izquierdas firmó un manifiesto en contra de la censura que ejercen ayuntamientos y comunidades dirigidas por la derecha. No tardará la política, con su efecto espejo de siempre, en brindarnos la posibilidad de disfrutar del segundo culmen de la vergüenza patria: un manifiesto contra la censura firmada por intelectuales de derechas. Pero la realidad, mucho más pedestre que estos grandilocuentes aspavientos que no sirven para nada, es que observar cómo los conservadores censuran el Orlando de Virginia Woolf porque aparecen homosexuales, ver cómo los progresistas censuran Lo que el viento se llevó porque aparecen esclavos negros, o ver cómo los independentistas censuran a Els Joglars porque en sus obras aparecen sus desmanes, es simplemente ver partes de un mismo todo. Quienes tengan a bien leer esta columna algún que otro martes sabrán que en ella ha habido muestras de autoritarismo moral por parte de hunos y de hotros, por lo que girar la cabeza sólo hacia uno de los extremos es, llanamente, exhibir la clásica cojera intelectual a la que la política lleva condenándonos desde tiempos cervantinos.

"Una cosa es la crítica sosegada, racional y bien estructurada, y otra la jauría que aúlla y que obliga a los estamentos de poder a prohibir"

El problema evidente con la cancelación no está en la tendencia política, sino en la tendencia social. La democratización de la opinión y las redes sociales como altavoz de las voces discordantes han conseguido que los movimientos moderados sean vistos con recelo. De hecho, hay muchos que se escudan en este hecho para hablar de una conclusión positiva: por fin los artistas, literatos, cineastas, blablá, escuchan lo que no quieren escuchar. Sin embargo, una cosa es la crítica sosegada, racional y bien estructurada, y otra la jauría que aúlla y que obliga a los estamentos de poder a prohibir agitando la bandera de una impostada dignidad moral —esa de la que tanto hemos hablado aquí—. Me da igual si es para tratar el tema trans, el ecologismo o el Descubrimiento de América: las hordas unidas gritando, insultando y vejando en redes son cada día más habituales. Y, por ende, el silencio y la autocensura. A fin de cuentas, ya lo definió mejor que nadie un cervantino ilustre, el genio canario Benito Pérez Galdós: «La turba siempre es valiente en presencia de estos ídolos indefensos, para quienes ha sonado la hora de la caída». Pues eso.

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