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Mecanismos gélidos, de Toni Montesinos

Mecanismos gélidos, de Toni Montesinos

El escritor Toni Montesinos ha reunido los artículos en torno a la literatura italiana que ha ido publicando a lo largo de los últimos años: desde los suicidios de Pavese y Salgari hasta las lecciones sobre el arte de leer de Italo Calvino o Roberto Calasso.

Zenda adelanta el prólogo de Toni Montesinos a su libro Mecanismos gélidos. Literatura, arte, historia y viajes Italianos (Alfar).

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Prólogo: entre la contención y la verbosidad

Durante los años veinte de la pasada centuria, el diario madrileño El Sol tuvo como corresponsales en Europa a dos jóvenes y talentosos periodistas catalanes que apenas se habían asomado al mundillo literario y que firmaban como José María de Sagarra y José Pla. Mucho más tarde, a inicios de nuestro siglo, se recuperaba en un mismo libro aquel material de sorprendente e indudable interés tanto desde el punto de vista histórico como artístico: por un lado, las «Crónicas de Alemania (1920)» de Sagarra, y por el otro, las «Notas de Italia (1922)», las «Cartas de Italia (1928)» y las «Cartas de Yugoeslavia y otras crónicas europeas (1928)» de Pla. A través de todos esos artículos teníamos la ocasión de conocer, con una fuerza y proximidad extraordinarias, una etapa fascinante de la Europa de posguerra: aquella que vio la mísera nación germánica invadida por el ejército inglés y la Italia que veía el nacimiento del fascismo.

En el caso de Sagarra, había sido Ortega y Gasset el que le había propuesto trasladarse a Berlín como corresponsal; en el de Pla, la iniciativa de este por cubrir informativamente la llegada de Mussolini al poder le llevaría a escribir para varios diarios a la vez. Cada una de estas situaciones personales tenía su reflejo en el modo de concebir las crónicas: el desenfado y la ácida ironía de Sagarra contrastaba con el rigor y la seriedad de Pla. El primero se ocupará de describir un país que «sufre de una manera atroz las consecuencias de la guerra», de entrar en los cabarets y las tabernas, de hablar con el pueblo, de descubrir un arte vanguardista que le horroriza y de observar genialmente las rarezas locales. El segundo realizará un magnífico seguimiento de la realidad italiana hasta presenciar cómo «el fascismo ha dejado de ser un partido político; el fascismo es el Estado, el tono, la nota italiana de la vida social», y extienda además su periplo para acercar la desintegración política de los Balcanes y el difícil estado de Polonia.

Los textos de uno y otro se dejaban leer con absoluto placer, justificándose su salvación plenamente, en el ingenioso Sagarra porque, más que reseñas informativas, eran pequeñas narraciones muy personales, cuadros de costumbres germánicos, fragmentos de un diario de viajes que combinaba lo agrio y lo cómico, lo anecdótico y lo trascendente, mediante una exquisita habilidad literaria; las crónicas de Pla constituían el testimonio completo, directo y documentado de un tiempo complejo y caótico de una Europa rota, violenta, que se preparaba inconscientemente para otra gran guerra.

Pla hablaba de que las letras italianas de su tiempo tenían a dos representantes de posturas estéticas contrapuestas, la «ferocidad frívola» de D’Annunzio y el «sentimentalismo llorón» de D’Amicis, a su vez anverso y reverso del barroco, añadía. Asimismo, destacaba cómo la literatura italiana era de lo mejor que había, dentro de la literatura de posguerra, al haber desarrollado un neorrealismo desprovisto de sensiblerías lacrimógenas e hipocresías humanísticas. También, que en la literatura italiana existía «una línea de abundancia y de genial verbosidad, observable en todas las épocas, y en la que la figura de Ariosto ocupa el lugar más privilegiado». Esta supuesta abundancia de palabras en la elocución poética del autor de Orlando furioso tendría, de nuevo, su reverso, esto es, «una línea de frialdad y de contención febrática que va del Infierno de Dante hasta Pirandello, escritor de una dialéctica y de un mecanismo gélidos». Y concluía: «Tal vez sea esta última la buena tradición italiana».

Pues bien, tal vez por mera intuición, uno ha ido acabando por acudir a estos autores presuntamente fríos, o cuando menos que expresan una contención, una sobriedad, dignas de destacarse, que son cerebrales e intelectuales, con la salvedad, que nos sirve de contrapeso, de la presencia del siempre excesivo —paradigma de la hiperestesia y romanticismo hiperbólico— D’Annunzio. Y uno ha acabado rodeado de esos autores porque, inevitablemente, cada uno de nosotros es un lector desordenado, lo cual tantas veces se dice en primera persona —como jactándose de eso, como si fuera un acto de gamberra rebeldía— por parte de tantos escritores al hablar de cómo han ido leyendo una diversidad de libros que no permite orden alguno. Jamás he entendido semejante absurdo: ni siquiera existe una manera ordenada de leer, ni elecciones de lecturas que tengan un orden previo estipulado.

De tal modo que como lectores siempre abriremos una millonésima parte de los libros que hay disponibles, y que la dispersión y lo azaroso devienen el único timonel de un barco que perpetuamente va, muy gustosamente por lo común, a la deriva. Sin embargo, al lector convertido en comentarista de libros o estudioso del arte literario, y que pretende lanzar una panorámica de una tradición literaria en una lengua concreta, sí se le deberá pedir una amplitud, no un orden, de conocimientos o intereses. Y a tal cosa, sin que se me pregunte, yo contesto, mecánicamente gélido, con este libro pretendiendo compartir unas pinceladas, muy selectivas, que tal vez puedan mostrar el carácter y ciertos rasgos intrínsecos con respecto a la literatura, historia y territorio italianos.

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Autor: Toni Montesinos. TítuloMecanismos gélidos. Literatura, arte, historia y viajes italianos. Editorial: Alfar. Venta: Todos tus libros.

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