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Nocturno de los 14, de Ramón J. Sender

Nocturno de los 14, de Ramón J. Sender

La editorial Amarillo publica una novela de Ramón J. Sender en la que el protagonista, en gran media alter ego del autor, recibe una noche la visita de catorce amigos que comparten un rasgo en común: el suicidio. Entre los aparecidos, Ernest Hemingway y Ernst Toller. Durante horas, el narrador charlará con ellos sobre el exilio, el desarraigo, el amor, el sinsentido de la vida…

En Zenda ofrecemos el prólogo que el poeta y crítico literario Juan Marqués ha escrito a Nocturno de los 14, de Ramón J. Sender (Amarillo).

***

«LA CASA ESTÁ LLENA DE INVITADOS»

(Un prólogo escrito por la noche)

Juan Marqués

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En lo que respecta a la anhelada y esquiva inspiración, podríamos dividir a los escritores entre aquellos que se quedan contemplando el cielo y aquellos que se sientan ante el no menos inmenso folio en blanco, los que suspiran y los que perseveran, los «puros» que solo se permiten escribir cuando se sienten arrebatados por ciertos trances y los disciplinados que, haga sol o truene, acuden a su mesa de trabajo como quien acude a una oficina, y lo hacen incluso cuando se saben en días poco iluminados o intuyen, por las preocupaciones o las distracciones que sean, que poco podrán aprovechar de lo que en esas jornadas garabateen.

En nuestro idioma, cuando queremos dar a la tozudez un vuelo positivo, lo llamamos tenacidad, y no hay ninguna duda de que, en ese sentido, Ramón J. Sender (Chalamera de Cinca, Huesca, 1901 – San Diego, Estados Unidos, 1982) fue un escritor constante como pocos durante seis décadas y media, y eso es algo que no solo se comprueba al contemplar las decenas de miles de páginas que dejó publicadas, sino que se adivina al leer casi cualquiera de ellas.

Él mismo, por supuesto, reflexionó «en voz alta» sobre el asunto: en En la vida de Ignacio Morel, por ejemplo, llega un momento en el que se explica que el protagonista «comenzó a escribir cada día (al menos tres hojas ordinarias de un cuaderno escolar) y se decía como Baudelaire: tres hojas diarias son al final del mes noventa hojas y al cabo de diez meses novecientas»… Son cuentas que hasta los más perezosos nos hemos hecho, y es que quien escriba una sola página al día (y aunque descarte al final del proceso la mitad), se encuentra cada año con un libro más que aceptable, al menos en la extensión.

Pero si cito esa novela no es de forma inocente, sino para empezar a ponernos en contexto: publicada en diciembre de 1969, y con una tirada de cincuenta y cinco mil ejemplares, se trata de la obra con la que Sender obtuvo el Premio Planeta, lo cual, por comprensivos y razonables que nos pongamos, implicaba una llamativa concesión al franquismo por parte de un viejo exiliado de pasado inequívocamente anarquista que había combatido en las filas de Enrique Líster en 1936, y por consiguiente la rehabilitación editorial definitiva de quien, como acaba de recordar Ignacio Martínez de Pisón en un notable prólogo, vio cómo la censura empezó a autorizar la publicación de su obra «con cuentagotas en 1965, año de El bandido adolescente».

Lo que nos importa ahora es observar que esa novela que, en un primer momento, iba a ser tan difundida, era la primera que Sender escribía tras otra, muy superior, que sin embargo apenas ha tenido repercusión, y que hasta hoy ha ocupado, en la abrumadora producción literaria del autor, un lugar casi secreto por poco frecuentado. Cuando apareció En la vida de Ignacio Morel, en diciembre de 1969, no habían pasado ni dos meses desde que el autor había puesto final a Nocturno de los 14 (que en su última línea queda datada en «Manhattan Beach, Calif., octubre de 1969»), un libro que con rapidez fue publicado en Nueva York, por Iberama Publishing, antes de que terminase el año, y que después, en octubre de 1970, cuando todavía debía de estar activa la onda expansiva del Planeta (hablamos de unos años en los que los libros todavía duraban más de tres semanas en la actualidad cultural y en las intenciones y el horizonte de los lectores), conoció su primera edición española al lucir el número 350 de la clásica colección Áncora y Delfín de la editorial barcelonesa Destino.

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En la solapa de aquella primera edición en nuestro país leemos que «con la recuperación de sus mejores obras para el público español [Sender] se va afirmando como nuestro más completo novelista contemporáneo», elogio que traía de vuelta el que cuarenta años atrás lanzase Pío Baroja: «Tenemos entre los jóvenes un poeta, Lorca; y un novelista, Sender».

La intención de este prólogo es la de presentar algunos pocos aspectos de la novela, no la de explicar ni adelantar lo que cualquiera va a poder leer y comprender a continuación en un libro que es complejo pero no oscuro, al menos en el sentido de la inteligibilidad. Porque la claridad fue siempre una bandera para este escritor y, aunque lo hacía a menudo con esa cosa tan aragonesa de mezclar el existencialismo más atormentado con el humor más tosco y elemental, su literatura buscaba ante todo la comunicación. No olvidemos que, incluso cuando se ponía poeta, en Sender hay ante todo un periodista, alguien que apenas había hecho la Primera Comunión cuando, con una curiosidad infinita que no le abandonó jamás (y un sentido del trabajo que era coherente con su incipiente conciencia revolucionaria), se lanzó a las calles y los caminos de Huesca a observar y contar lo que pasaba, y que asombrosamente joven fue reclutado por Nicolás María de Urgoiti para la redacción madrileña de El Sol, un hito de su vida que, por cierto, se comenta con algún detalle en unos párrafos del Nocturno de los 14, porque no se disimula en ningún momento que tras el «Pedro» que protagoniza y narra esta novela se agazapa el propio Sender, que va aludiendo también a su infancia oscense, a su presencia como soldado en la guerra de Marruecos (experiencia de la que nacería Imán, su tremenda primera novela), al asesinato de su adorado hermano Manuel en 1936 o a sus amargos conflictos con los comunistas, entre muchos otros sucesos abiertamente autobiográficos.

En realidad, Nocturno de los 14 sería todo un roman à clef si no fuera por la total transparencia de esos catorce amigos suicidas a los que Pedro, acompañado de su ambigua amiga Mu-mú, va invitando a una casa que no es suya en la extraña noche relatada aquí, aunque en realidad no son convocados, sino que, como los fantasmas que son, van apareciendo sin que nadie los espere en los momentos más inesperados, aunque con cierto orden. Algunos de ellos son universalmente famosos, como Ernest Hemingway, otros son solo jurisdicción de eruditos, como el periodista granadino Fabián Vidal, y otros proceden de los años de las luchas, como el comunista Pepe Díaz, pero incluso los estrictamente anónimos aparecen de una forma tan carnal, tan definida, y se da tan minuciosa noticia de sus circunstancias o tribulaciones, que la novela adquiere algo de memorias parciales, una especie de recapitulación parcial a costa de las semblanzas de personas que estuvieron cerca y que después, por propia voluntad, desaparecieron no solo de la vida de Sender sino de la vida en general.

La primera broma de las muchas que contiene Nocturno de los 14 es estructural: ese «Capítulo Cero» que nos encontramos nada más comenzar y que ya nunca se acaba. Lo esperable hubiera sido que cada uno de los catorce homenajeados tuviera su apartado, pero Sender opta explícitamente por la mezcla, por la confusión, por una superposición que tiene mucho de fiesta, un guateque al que el lector está invitado. Si esta novela fuera un poema sería una rapsodia humilde, demorada, de épica personal, pues a pesar de hablar de otros y contener muchas conversaciones, el asunto tiene mucho de monólogo, una prolongada improvisación senderiana en la que va acumulando temas, polémicas, incisos y matices.

El tema principal (o por lo menos el primero) es, por supuesto, el suicidio, que como punto de partida y de una manera estremecedora comienza relacionándose con el exilio, porque «la desorientación se paga». La del destierro es una obsesión comprensible, y «en aquellos días todos estábamos aprendiendo a ser desterrados. […] En la encrucijada de luces y aguas del Atlántico todos los fugitivos de España nos habíamos hecho parientes». Pero a Sender, que era un «culo inquieto» desde siempre, el exilio no le traumatizó ni le paralizó, y aunque como tantos otros reflexionó tanto sobre ello, lo hizo tan triste como hiperactivo. Y tampoco permite que Nocturno de los 14 encalle en ese asunto, que pronto deriva hacia una afable tragicomedia que ni siquiera se empantana al reflexionar con desenfado pero en serio sobre el suicidio, asunto al que Sender, con algo más de gravedad, volvería diez años después en Por qué se suicidan las ballenas, otro libro que, por su calidad, merecería un rescate.

En una larga entrevista, realmente importante (¡y publicada también en 1969!), Sender le diría a Marcelino C. Peñuelas que «el mejor estilo es el que no se percibe», y que «el que tiene mucho que decir nunca se preocupa excesivamente por la forma», y que «el que hace un problema de la elección de un adjetivo es ya sospechoso»… Son buenas pistas para abordar la literatura «senderista» y también este libro, teñido sin embargo por un toque de color que, como corresponde a la noche (y una noche, además, perfumada con alcohol), tiene mucho de onírico, de evocador, de receptivo a fantasías.

Por las noches, con el mundo detenido, la realidad se relaja, se destensa, pierde su impaciencia, y en un texto que no da tregua ni permite apenas paradas pero que respira bien, que desde luego no fatiga, las digresiones levemente misantrópicas sobre la humildad, la fidelidad, Galdós o la morfina no consiguen que nos olvidemos del título elegido por Sender, y que asintamos con complicidad ante él. Porque un nocturno, según el diccionario de la Real Academia Española, es esa pieza musical «de melodía dulce, propia para recordar los sentimientos apacibles de una noche tranquila».

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Autor: Ramón J. Sender. Título: Nocturno de los 14. Editorial: Amarillo. Venta: Todos tus libros.

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