Esta novela está construida sobre las alegrías y sinsabores del amor, el matrimonio y la vida familiar. La ganadora de un Pulitzer entrega una ficción narrada con sensibilidad, sentido del humor y maestría.
En Zenda ofrecemos las primeras páginas de Tres días de junio (Lumen), de Anne Tyler.
***
La gente ya no da golpecitos al reloj; curioso, ¿verdad?
Mi padre, por ejemplo. Tenía un reloj Timex con la esfera tan grande como una moneda de cincuenta centavos, y siempre que mi madre lo hacía esperar fruncía el entrecejo, miraba el reloj y le daba un toquecito. Ahora que lo pienso, supongo que quería decir: «¿Cómo es posible que sea esta hora? ¿En serio es tan tarde?». Pero cuando era pequeña, imaginaba que intentaba hacer que el tiempo transcurriera más rápido… para que mi madre apareciera delante de nosotros en ese mismo instante, ya con el abrigo puesto, como en una película a cámara rápida.
Me acordé de eso hace poco, un viernes por la mañana en que Marilee Burton, la directora del colegio donde trabajaba, me pidió que entrase en su despacho cuando pasaba por delante de su puerta.
—¿Por qué no entras un momento y hablamos? —me preguntó.
No era algo habitual. (Nuestra relación era bastante formal). Señaló con la mano la silla Windsor que había frente a su mesa, pero me quedé en el umbral y ladeé la cabeza.
—He pensado que debería contarte que el lunes no vendré a trabajar —dijo—. Tienen que hacerme una cardioversión.
—¿Una qué? —pregunté.
—Un tratamiento para el corazón. No late bien.
—Ah —contesté. No podía fingir que me sorprendiera. Era una de esas mujeres femeninas que llevan tacones en cualquier ocasión, la candidata perfecta para las enfermedades cardiacas—. Vaya, lo siento mucho —añadí.
—Van a darme una descarga eléctrica para detenerlo y luego lo pondrán en marcha otra vez.
—Ajá. Como darle golpecitos a un reloj.
—¿Perdón?
—¿Es peligroso? —pregunté.
—No, qué va. En realidad ya me lo hicieron una vez. Pero fue durante las vacaciones de primavera, así que no vi la necesidad de comunicarlo.
—De acuerdo —le dije—. ¿Y cuánto tiempo te ausentarás?
—El martes ya estaré de vuelta, como nueva. No hace falta que modifiques tu rutina en absoluto. Aunque… —dijo, y entonces se sentó más erguida detrás de la mesa; carraspeó; alineó con brusquedad un taco de papeles que no era preciso recolocar—. Aunque eso me recuerda un asunto del que quería hablar contigo.
Yo también erguí un poco la columna. Siempre estoy muy alerta al tono de voz de la gente.
—Pronto cumpliré sesenta y seis años —dijo—, y Ralph ya tiene sesenta y ocho. Ha empezado a decir que le gustaría viajar un poco y ver más a nuestros nietos.
—Muy bien.
—Así que estaba pensando en jubilarme antes del comienzo del próximo curso.
El siguiente curso empezaría en septiembre. Ya estábamos a finales de junio.
—Entonces… ¿significa eso que yo pasaré a ser la directora?
Era una pregunta perfectamente lógica, ¿no? «Alguien» tenía que hacerlo. Y yo era la siguiente de la lista, desde luego. Había sido la ayudante de Marilee durante once años. Pero Marilee dejó que se prolongara el silencio, como si yo hubiera supuesto demasiadas cosas.
—Bueno, de eso quería hablar —dijo a continuación.
Separó la primera hoja del montón de papeles del escritorio y le dio la vuelta para que yo pudiera leerla. La deslizó por la mesa. Di un paso adelante a regañadientes y entrecerré los ojos para ver de qué se trataba. Era una hoja escrita a máquina con un recorte de periódico grapado en una esquina: una foto en blanco y negro de una joven seria con el pelo moreno y rizos muy marcados. «El estudio de una educadora de Nashville sobre diferencias en el aprendizaje gana el premio McLellan», rezaba el titular.
—¿Nashville? —pregunté. Vivíamos en Baltimore. Y no tenía ni idea de qué era el premio McLellan.
—Le hablé de ella al consejo cuando empecé a pensar en jubilarme —dijo Marilee—. Dorothy Edge; quizá hayas oído hablar de ella. Leí su libro, ¿sabes?, y me pareció impresionante.
—Le hablaste de ella al consejo —repetí.
—Al fin y al cabo, Gail, ya tienes sesenta y un años, ¿me equivoco? No seguirás trabajando muchos más.
—¡Tengo sesenta y un años! —exclamé—. ¡Aún me queda un trecho para la jubilación!
—No es solo cuestión de edad —me dijo. Me miraba con la barbilla levantada, como hace la gente cuando sabe que no tiene razón—. Asúmelo: este trabajo se basa en el don de gentes. ¡Y lo sabes! Y seguro que eres la primera en admitir que las habilidades sociales nunca han sido tu punto fuerte.
—¿A qué te refieres? —le pregunté—. ¿En qué posibles situaciones estás pensando?
—O sea, tienes muchas otras cualidades —dijo Marilee—. Eres mucho más organizada que yo. Se te da mejor hablar en público. Pero fíjate, hace un momento por ejemplo… Te digo que tengo un problema de corazón y te limitas a decir «Ah» y automáticamente pasas a preguntarme si vas a ocupar mi puesto.
—He dicho «Ah» —puntualicé— y luego he dicho «Vaya, lo siento mucho». —Otro de mis puntos fuertes es que tengo muy buena memoria auditiva, incluso para recordar mis propias palabras—. ¿Qué más querías que te dijera?
—No «quería» nada en absoluto —me dijo, con la barbilla casi apuntando al techo—. Lo único que digo es que para dirigir un colegio privado femenino se precisa tacto. Se precisa diplomacia. Hay que evitar decir cosas como «Santo Dios, señora Morris, se habrá dado cuenta de que su hija no tiene la menor oportunidad de ir a Princeton».
—Katy Morris no podría entrar ni en una escuela profesional —dije.
—Esa no es la cuestión —dijo Marilee.
—¿Entonces? Solo porque me niego a hacerles la pelota a todos esos padres ricachones, ¿estoy condenada a seguir siendo la ayudante de la directora?
—Bueno —dijo Marilee, y entonces bajó la barbilla y me miró a la cara por encima de la extensión de su mesa—. Quizá no seguir siendo…
—¿Disculpa?
—Quizá podrías pensar en otra ocupación —propuso—. Cambiar de rumbo totalmente, hacer algo que siempre hayas soñado… ¿qué me dices?
Me pregunté qué demonios imaginaría ella que sería mi ilusión. No soy el tipo de mujer que sueña con hacer cosas.
—Dottie, quiero decir, la doctora Edge, ha expresado el deseo de que contratemos a la ayudante con la que ha estado trabajando en Nashville —dijo Marilee—. Al parecer, las dos han formado un equipo muy eficaz juntas.
Dottie.
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Autora: Anne Tyler. Título: Tres días de junio. Traducción: Ana Mata Buil. Editorial: Lumen. Venta: Todos tus libros.



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