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Vermin: La plaga, o las arañas de lo marginal

Vermin: La plaga, o las arañas de lo marginal

En los 2000, una serie de cruentos filmes franceses inauguraron una suerte de “nueva ola francesa” ceñida esta vez al cine de terror. Realizadores como Alexandre Aja, Xavier Gens o Pascal Laugier y películas como Alta Tensión, Frontière(s), Martyrs o Al interior tradujeron los excesos gore del cine de explotación a un nuevo panorama comercial y, sobre todo, social y político europeo. Una vez diluida la sangre, quedan los demás restos del cuerpo humano mancillado, y películas más suaves y cómodas como Vermin ocupan con relativo gusto su lugar.

"Vanicek otorga a Vermin una intención social claramente marcada y una crudeza apreciable"

La película de arañas en un bloque de viviendas de Sébastien Vanicek está tan lejos de aquellas experiencias como, también, de maniobras más o menos apegadas a la nostalgia o el terror adolescente del cine USA. O, dicho de otra manera, la película no es Martyrs, pero tampoco la muy agradable Aracnofobia, aquella aventura de insectos que supuso uno de los últimos estertores de la Amblin de Steven Spielberg allá por los primeros 90. Vanicek reviste de una cierta crudeza el retrato de sus macarras para, en cierto modo, convencerse a sí mismo (algo menos a nosotros) de que esto no es la enésima variante callejera de Stranger Things sino una película de horror duro.

El resultado, decimos, se sale con la suya, si bien con algunos problemas. La película, que ciertamente funciona como divertimento, cuenta cómo unas arañas de contrabando procedentes del tercer mundo invaden, un poco por casualidad y otro poco como cosa del destino, un bloque de viviendas sociales de París. Vanicek retrata lo que el tópico definiría como lo peor de lo peor como individuos con alma, aunque no necesariamente simpáticos, otorgando a Vermin una intención social claramente marcada y una crudeza apreciable. Todos hemos venido, sin embargo, a ver cómo las arañas causan el pánico, y la muy oscura película de terror, pese a una sección de presentación demasiado larga, acaba entregando al público lo que busca una vez sucede el primer ataque.

"Vermin diluye la crítica al estamento policial (cruda, evidente, fiel a la conflictividad social de la Francia de Macron) con abundante acción arañil en su segunda parte"

Vermin diluye la crítica al estamento policial (cruda, evidente, fiel a la conflictividad social de la Francia de Macron) con abundante acción arañil en su segunda parte, pero pide al espectador un determinado salto de fe cuando “Rihanna”, la pequeña araña que inicia el desaguisado, cede el protagonismo a bestias que agrandan su tamaño secuencia a secuencia. Perdemos en verosimilitud, ganamos en todo lo demás. Ustedes eligen si es torpeza narrativa o una metáfora social de cómo, en la oscuridad, abandono y humedad de un bloque de clase bajísima, los monstruos crecen de tamaño mucho más rápido. El dato objetivo es que también una excusa para crear momentos de asco tan fascinantes como el que ocurre en ese inexplicablemente largo pasillo, o ese hallazgo que los supervivientes acaban encontrando bajo el haz de luz del popular Citroën C3, que da pie a un instante fantastique fascinante.

Vanicek centra el horror en lo social, aunque el asco esté en las arañas y demás insectos, realizando una película que no obstante tiende siempre hacia lo lúdico. Pero ojo, añade detalles de caracterización ciertamente eficaces que hay que detenerse a apreciar entre el caos: los habitantes del fascinante bloque de viviendas circular, que ciertamente parece digno de una obra de ficción, rehúsan todos de la categoría de indigentes, como esa chica que pese a la demacrada estructura de la casa trata de adecentar humildemente su pisito.

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