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Luisa Etxenike: “La soledad es una gran forma de marginalidad”

Luisa Etxenike: “La soledad es una gran forma de marginalidad”

 

Nada consigue una afinación más alta que el amor. Cuando todo parece perdido, este sentimiento deshace los nudos, rompe las ataduras y propone una solución a la cárcel en la que nos han recluido. Luisa Etxenike, en su última novela, Cuerdas (Nocturna), nos propone una historia protagonizada por personajes que buscan huir: Jon, un joven atrapado en un cuerpo que no le corresponde; Ángela, una mujer subyugada por la prostitución; y Paulo, un lutier portugués, que vive encerrado en el pasado. Las cuerdas de la guitarra se desenmarañan conforme avanzan las páginas de la novela; Etxenike consigue afinarlas y, poco a poco, los personajes lograrán componer la melodía que da sentido a sus vidas.

Hablamos con Luisa Etxenike de cómo margina la soledad, sobre la abolición de la prostitución y acerca de la afinación de la guitarra portuguesa.

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—El arranque recuerda a un pasaje de la vida de Borges. El padre forzando al hijo a iniciarse sexualmente con una prostituta.

—La verdad es que no pensé en Borges para esa escena. Lamentablemente, es algo que existe todavía. Pensé en una situación que puede parecer de otro tiempo, pero que no es así. Cuando vemos las cifras de jóvenes que acuden a la prostitución, me parece algo desolador.  Quería que fuera algo que resultara anacrónico, pero ahora que lo dices, puede recordar a lo de Borges. En cualquier caso, se trata de un rito de paso a la masculinidad que, insisto, me resulta desolador que siga existiendo.

—Esa masculinidad tóxica que representa al padre está en casi todas las capas de la sociedad: en la política, la cultura… La desterramos en la teoría, pero sigue presente en la práctica.

"Para mí la condición femenina es la prueba del algodón de la calidad democrática"

—Yo creo que también sigue presente en la teoría. Sigue habiendo mucho discurso machista. Y sobre todo, sigue habiendo muchos signos. Todavía veo congresos de medicina relativos al cuerpo de la mujer en cuyos paneles no hay más que hombres. Las mujeres estamos en todas las profesiones, pero en las zonas más altas de la pirámide el ejercicio del poder sigue estando en manos de los hombres. En los últimos años, independientemente de cuál sea el gobierno, pero sobre todo con los conservadores, hay un retroceso, casi diría que un ataque a las conquistas que hemos conseguido las mujeres. También hay una falta de sensibilización. Para la novela me documenté sobre la prostitución. Yo soy abolicionista y me espanta ese mundo. Podemos decir que, por un lado, están los aspectos de democracia formal e institucional, donde sí hay un rechazo unánime, pero luego en los discursos y en las expresiones hay una contradicción flagrante. Creo que vamos a peor. Para mí la condición femenina es la prueba del algodón de la calidad democrática; no creo que estemos en una época en la que haya una alta calidad.

—El hermano del protagonista le pega y le empuja; le dice que tiene que aprender a defenderse. La violencia vertebra esa masculinidad.

—Sí. El padre le quiere iniciar a un modelo de masculinidad porque ve en ese hijo unos signos de conducta sexual que le parecen completamente inaceptables. En ese modelo, un hombre se defiende y usa la violencia. Eso forma parte de un plan para llevar al hijo descarriado por el camino correcto. El protocolo es atacarle para que se defienda y empiece a utilizar herramientas masculinas. Ese anacronismo es lo más terrible de esta historia. El hermano también se ve encerrado en esa situación: atrapado entre el amor a su hermano y el no quererse ver excluido del mundo del padre.

—El protagonista —Jon— siente que su cuerpo es una trampa. 

"Él siempre ha asociado lo femenino con un apaciguamiento interior, porque no hay una opresión ni ese sentimiento de desprecio por el otro"

—Eso es. Jon es muy joven, es menor de edad, sólo tiene diecisiete años. Él siempre ha asociado lo femenino con un apaciguamiento interior, porque no hay una opresión ni ese sentimiento de desprecio por el otro. De algún modo no consigue establecer una armonía entre su cuerpo, que es el de un muchacho, y podemos llamarlo su alma, que no encuentra cobijo dentro de la idea de masculinidad que le quieren imponer. Además tiene muy pocas relaciones sociales, y ese aislamiento provoca que no tenga mecanismos para conocer otros modelos de masculinidad. Eso es lo que la novela le va a proponer. Él siente que es lo contrario de su padre, y entra en conflicto con ese exterior que es su cuerpo. De esa forma comienza una imitación de lo femenino. Pienso que los personajes siguen creciendo fuera de los libros y puede que él encuentre otras razones y otras explicaciones.

—Hay muchos conceptos que se tratan en el libro, como la identidad, que han pasado de estar agrupados en el mismo frente a sufrir una gran división. 

—Pienso que ha habido diversos factores. No creo que haya contribuido la excesiva politización de estos conceptos. Al final, hay un contagio de las polarizaciones de otros campos. Creo que temas como la ley trans no se han hecho con el sosiego necesario, ni con la transparencia ni la información a la ciudadanía suficiente. Es algo que tiene que ver con la propia crispación política. Vivimos en un mundo en el que hay una polarización violenta que lo contagia todo. Me apetecía introducir el matiz. Hay un abanico amplio de posibilidades al hablar de la identidad, que es una conquista que se va elaborando y que no se tiene clara de la noche a la mañana, y menos cuando tienes diecisiete años, como el protagonista de la novela. Me apetecía también que hubiera una lentitud, una ralentización del ritmo, que no hubiera una estridencia en la urgencia y darle también la posibilidad a Jon de investigar otros modelos. Esa es la columna vertebral de la novela: ser uno mismo, ser una misma, requiere exploración. El libro parte de un mundo muy cerrado para el protagonista y va a ir abriéndose a esos temas de la identidad. Vivimos en un “brochagordismo”, y hace falta pincel, matiz. Yo quiero poner siempre a mis personajes ante horizontes amplios de posibilidades.

—Ángela es una trabajadora sexual. Ya hemos hablado al principio de la entrevista de la prostitución. Es un tema que está en el debate en nuestra sociedad. Durante mucho tiempo ha habido una normalización y quizás hasta una idealización.  

"La prostitución es el reflejo de la opresión a las mujeres; ataca a su dignidad y por eso es necesario abolirla"

—Pienso que sí. El argumento de los que defienden la prostitución es la libertad. Yo tengo otra idea diferente de lo que es la libertad, diferente al hecho de estar todo el día encerrada en un cuarto realizando una serie de prácticas que voy a evitar mencionar. Me horroriza que ese sea el argumento. La prostitución es el reflejo de la opresión a las mujeres; ataca a su dignidad y por eso es necesario abolirla. Es verdad que es un tema que divide, incluso dentro del feminismo. Es un tema que hay que abordar con sosiego y sin crispación, evitando el ruido. Hace falta valentía política. Que todavía no haya consensos políticos para abolir la prostitución habla mucho de nuestro país y también de nuestra clase política.

—Esas cuerdas del título del libro pueden ser sogas que nos atan y nos impiden ser nosotros mismos. 

—Las cuerdas de las que hablo tienen diferentes acepciones. La primera sería esa de unas cuerdas como unas sogas que ahogan. Los tres personajes de la novela tienen de algún modo sus ataduras. Según avanza la historia, esas cuerdas se transforman en otro tipo de cuerdas, unas que unen.

—Y que hacen música.

—Sí. Porque es una unión diferente, un lazo, que busca el intercambio y la armonía. Por eso me interesa la guitarra portuguesa: tiene seis pares de cuerdas, tres de los cuales comparten afinación, y las tres siguientes parejas están afinadas con una octava de diferencia. Eso me parece una gran metáfora. La novela surge de ahí, de cómo convertir esas cuerdas en seres humanos tan unidos que hacen música juntos pero afinados de forma diferente. Que es lo que ocurre en la vida.

—Aunque los tres personajes son de diferentes generaciones, tienen dos nexos fuertes en común: la fragilidad y la marginalidad. 

"Ellos son frágiles porque de alguna manera son personas heridas, independientemente de su clase social"

—Efectivamente. Ellos son frágiles porque de alguna manera son personas heridas, independientemente de su clase social. Su marginalidad no tiene unos componentes económicos o sociales, sino que estamos hablando de una progresiva automarginación. Son personas que no consiguen comunicar su diferencia. Eso me parece importante: explorar cómo podemos vivir en periferias emocionales, que no son sólo periferias económicas y sociales. La soledad es una gran forma de marginalidad.

Cuerdas no es una novela negra, como las que suele escribir, pero hay una gran critica social en ella. 

—Claro. Pero es que la literatura siempre mira lo que pasa a su alrededor. Tú puedes ambientar un libro en la Edad Media, pero de alguna manera atiendes a lo que está sucediendo. Mis novelas son políticas, de esas políticas de la intimidad, que hablan del impacto de lo exterior en lo interior y al revés. El personaje de Ángela no elabora un discurso sobre la prostitución; ella habla desde su experiencia, pero está claro que las cosas que le suceden hacen un retrato de una sociedad.

—Terminamos. ¿Va a recuperar a Antonia Lassa o tendremos una nueva novela intimista como esta?

—Antonia Lassa ha sido una isla en mi producción, pero la próxima novela sí que será de ella.

—Al final, el heterónimo se impone.

—No. (Ríe) Lo que pasa es que cuando empiezas con algo nuevo es una exploración divertida. Yo escribo despacio, al ritmo que marca la propia historia, pero no sé por qué me da que la próxima novela va a ser de Antonia Lassa.

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Bernardo
4 meses hace

La soledad es un lujo. Perseguiremos estar solos dentro de nada. Así que una forma de marginalidad no es. ¿Más argumentos, rotundos y contundentes? Aquí: “La soledad”, de Anthony Storr. En Debate. Librazo

Raoul
Raoul
4 meses hace

Cabe preguntarse si la autora ha hablado con mujeres u hombres que se prostituyen voluntariamente sobre sus condiciones laborales, sus vidas, sus decisiones, sus sentimientos y demás. Yo lo he hecho gracias a mi trabajo, y no conozco una sola (ni uno solo) que no considere que está llevando a cabo un empleo tan digno como cualquier otro aunque menos seguro, por lo que el verdadero logro no sería la prohibición, que todas consideran un disparate, sino la regularización. De hecho, para ellas el supuesto debate no existe, y lo único que ven por parte del abolicionismo es paternalismo y sentimiento de superioridad hacia pobres mujeres a las que hay que salvar de sí mismas. Posiblemente, si quienes claman por la prohibición bajaran a la calle aprenderían mucho sobre un asunto que, evidentemente, desconocen, o conocen de manera sesgada, tendenciosa o interesada.

Irma Carbia
Irma Carbia
3 meses hace

La soledad puede parecer un lujo cuàndo se está repleto de obligaciones sean laborales, familiares o lo que fuere. Cuàndo la soledad real aparece en toda su dimensión, y muchas veces por la falta de esas mismas obligaciones, tiene una dimensión casi devastadora. Es un continuo preguntarse ¿para qué? , es un sentir que ya nada vale la pena, es casi hasta un dolor permanente.
Los ratos de soledad son deseables, a veces hasta agradables, pero cuàndo es una constante diaria y que en general viene acompañada de años vividos a pleno, entonces, es un castigo, una injusticia, un sinsentido todo lo anterior… es el principio del final. O así se puede llegar a vivirla.