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Silvia Grijalba: “Torremolinos era una especie de no-lugar en el que nadie tenía apellidos”

Silvia Grijalba: “Torremolinos era una especie de no-lugar en el que nadie tenía apellidos”

Silvia Grijalba (Madrid, 1967) ha evitado, con tiempo y oficio, que su último libro, Aquellas noches eternas (Ediciones B, 2025), se contagiara de un vicio extendido en el ecosistema literario patrio: el que da por novelas ensayos encubiertos. Tentaciones no le faltaban: la trama bulle en Torremolinos, donde la autora vivió; abundan los músicos, actores, cineastas y derivados en una obra que firma, amén de una estupenda novelista, una de las mejores periodistas culturales españolas.

Sin embargo, Aquellas noches eternas es una novela pura, sólida y precisa: el lector contempla tangencialmente el auge y la caída de la luminosa y libérrima Costa del Sol desde el 63 al 85, pero, sobre todo, se sumerge en la vida de Maite, una mujer que rechaza el corsé de Vetusta y el amor zombi de un capullo llamado Alfonso y que se lanza a la aventura torremolinense como aquellos colonos que buscaban cumplir el sueño americano, pero con un matiz importante, tal y como cuenta a Zenda: “No tenían un plan concreto, esto fue clave, sino que fueron surgiendo las cosas”. Entrevistamos a quien dirigiera al Instituto Cervantes en El Cairo y Alejandría, a quien lo dirige en Albuquerque, Nuevo México, y a quien lo dirigirá, no tardando, en Hamburgo.

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—Antes de nada, disculpe mi mitomanía: cuénteme sobre su entrevista a David Bowie. Usted, si no me equivoco, tenía veintiún años…

"Casi me desmayo allí mismo. Bowie era inteligentísimo, fue encantador y estupendo"

—Fue una cosa impresionante. Adoraba a David Bowie. Me tocaba hacer la entrevista con Julián Ruiz. Estábamos los dos esperando a Bowie en una casita monísima de Londres. Yo tendría veintiún años, o así. Estábamos esperando a que viniera y, de pronto, apareció David Bowie con un abrigo negro larguísimo, dándole el viento. Era igual que el abrigo del videoclip de “China Girl”. Yo, con el video de “China Girl”, sentí por primera vez una cosa sexual, en plan: “Uy, están dándose besos, en la playa…”. Era lo máximo a lo que yo llegaba (risas). De pronto, ver que se reproducía esa imagen y que yo iba a hablar con ese señor… Casi me desmayo allí mismo. Bowie era inteligentísimo, fue encantador y estupendo.

Aquellas noches eternas está llena de músicos.

—Los músicos son muy importantes en la novela. Me gusta definir los personajes también en función de lo que vistan, oigan o coman, hasta el último detalle: si un personaje escucha a T-Rex en vez de a Bowie es por algo en especial. Me he fijado en que todo eso sea muy exacto. Por otro lado, por Torremolinos pasaban muchos músicos. He metido cameos para que se vayan encontrando con la protagonista u otros personajes. Uno de los personajes que aparecen al principio de la novela es el mánager de los Beatles, Brian Epstein. Estuvo unos días con Lennon, que acababa de ser padre, en Torremolinos, en el 63. La novela comienza en el 63 para que se encontraran con la protagonista. Otro personaje es el mánager de Los Tartessos, es un homenaje al grupo de Los Íberos de Málaga. Si no hubiera estado tan metida en el mundo del rock, no hubiera podido hacer a este personaje.

—En ese sentido, ¿cómo ha atado en corto a la reportera que fue? Tentaciones para que Aquellas noches eternas fuera un ensayo novelado no le han debido faltar…

"Crecer en Torremolinos en esa época fue una cosa muy especial"

—Precisamente por eso he tardado tanto en escribir la novela. Mucha gente me decía que tenía que hacer dos novelas: la de mi abuela, que ya la hice, y esta. Crecer en Torremolinos en esa época fue una cosa muy especial. Lo comentaba con Berta González de Vega, compañera periodista que también se crió en Torremolinos, y con más gente: “¿Cómo afronto este libro?”. He tardado tanto en escribirlo para evitar que pareciera un ensayo. Recordé que mi madre me contaba que no podía usar pantalones ni en Madrid ni en Logroño, y que, cuando fue a Torremolinos, usaba bikini. Claro, la visión de una chica que viene desde Vetusta, que es un nombre muy intencionado, a la modernidad, era un punto de partida interesante para escribir. Entonces, decidí hacer una historia de amor, de esas grandes pasiones que me gustan a mí, pero ambientada en Torremolinos y en Marbella.

—¿Qué tipo de canción era la Costa del Sol en los sesenta y en los setenta?

—Una mezcla de música de hoteles, de bossa nova y cosas así. En plan “Mi limón, mi limonero” y “Gigi el amoroso”, una cosa muy animada (risas). O “Soy un truhán, soy un señor”, de Julio Iglesias, porque había mucho playboy por allí. Lo que meto después de T-Rex es una licencia.

—Cuando los personajes son más libres, ¿la Costa del Sol empieza a decaer?

"Que de pronto se hicieran edificios muy grandes y se destruyera esa cosa como de pueblecito que tenían Torremolinos o Marbella hizo que todo se derrumbara"

—Quizá podría decirse así. O quizá es que llegan al culmen, han conseguido todo por lo que habían luchado. Aunque, realmente, no luchaban por nada: que fuera aceptado el amor homosexual y este tipo de cosas era algo muy natural. No había detrás un “tenemos que luchar para ello”: todo se aceptaba de una manera muy libre. Sí, a lo mejor, cuando menguó la transgresión, llegó el declive. Sobre todo, el declive llegó por la especulación y el urbanismo. Que de pronto se hicieran edificios muy grandes y se destruyera esa cosa como de pueblecito que tenían Torremolinos o Marbella hizo que todo se derrumbara, que todo ese glamour y esa libertad se acabaran.

—Cuénteme sobre el Pez Espada.

—El Pez Espada sigue existiendo. En ese hotel pasaban muchas cosas. Por ejemplo, el profesor de tenis del Pez Espada era Manolo Santana. En esa época, yo vivía muy cerca. Pasaba los veranos en la piscina del Pez Espada y en el espigón, que estaba justo enfrente. Entonces, ibas a la piscina y te encontrabas a, yo qué sé, Sean Connery o a Deborah Kerr. Era lo normal, como si te encontraras con un vecino. Con los años me di cuenta de lo especial que era esto.

—¿Fue el símbolo de una época?

"El Pez Espada era una especie de Shangri-La en el que todo podía ocurrir, como un parque de atracciones muy especial"

—El Pez Espada era una especie de Shangri-La en el que todo podía ocurrir, como un parque de atracciones muy especial: tenía una piscina muy bonita y un minigolf enorme, el más alucinante que he visto en mi vida. Imagínate para los niños… Sí, era un parque de atracciones de los setenta. Y era el símbolo de los años setenta, también arquitectónicamente. Recuerdo el suelo era de amebas, en blanco y negro…

—Sus padres lo frecuentaban.

—Mis padres, en esa época, tendrían veintiocho o treinta años y se lo pasaban bomba. Además, venían de Madrid. Bueno, mi padre era cubano, pero venía de Madrid, y había un ambiente de mucha gente de Madrid que empezaba a estar allí. Mi padre era bilingüe, hablaba perfectamente inglés, tenía muchos amigos extranjeros… Se formaba una mezcla muy interesante y muy apasionante: desde un lord inglés que se relacionaba con un playboy que venía de Suecia, hasta hippies reales, que no tenían un duro, y que se relacionaban con estrellas de cine.

—Justo lo contrario de Oviedo, de donde viene Maite.

—Todo lo contrario: es Vetusta contra la modernidad.

—Covadonga, a Alfonso: “Las mujeres de la Costa del Sol no somos de hacer sentar la cabeza a nadie”.

"Cuando alguien te quiere engañar o timar, un amigo mío dice: Sí, hombre, sí, a ti te van a timar… Tú tienes mucha Costa del Sol…"

—(Risas) Se me ocurrió, la verdad es que sí… Tiene que ver con el ambiente que se vivía. En el Pez Espada y en otro hotel que se llamaba Aloha, mi padre se reunía con gente muy variada, como el padre de Jennifer Capriati. Se dedicaban a beber copas y hablaban de las chicas. Y alguna vez comentaba eso. Refiriéndose a mí, me decía: “Tú eres poco de hacer a los hombres sentar la cabeza, y eso te viene de la Costa del Sol”. Esto se une con la frase de un amigo mío de allí, que es como un hermano. Cuando alguien te quiere engañar o timar, dice: “Sí, hombre, sí, a ti te van a timar… Tú tienes mucha Costa del Sol…”.

—A la Costa del Sol, ¿Maite va a intentar cumplir el trasunto malagueño del sueño americano?

—Sí, pero hay un matiz: la gente que iba allí no sabía lo que quería conseguir. Con el sueño americano, buscaban conseguir dinero o algo así; en el caso de Maite, se cumplen sueños que ni siquiera había sospechado. Eso le pasó a mucha gente que iba allí a pasar las vacaciones, a entretenerse y a divertirse, y que terminaba consiguiendo cosas muy importantes. No tenían un plan concreto, esto fue clave, sino que fueron surgiendo las cosas. Por eso funcionó. Quizá, después dejó de funcionar porque la cosa quería conseguir cosas concretas.

—Antes mencionamos que en Aquellas noches eternas hay una historia de amor lésbico, la de Covadonga y Anja. En Torremolinos, a diferencia de en el resto de la geografía nacional, esto no distorsionaba.

"En Torremolinos, todo el mundo era como desarraigado. Había familias, pero no grandes sagas"

—No sólo en el resto de la geografía nacional, sino en el resto de Europa, donde tampoco había tanta libertad sexual. Esta historia está inspirada en un caso real, que es el de Pia Beck, una pianista holandesa que tenía un bar en Torremolinos y que tenía una novia. Habían tenido hijos de matrimonios anteriores, y se fueron a vivir juntas y con los hijos de ambas. Muchos gais y muchas lesbianas que se refugiaban en Torremolinos porque era una especie de ‘no-lugar’ en el que nadie tenía apellidos. Eso es curioso: en las ciudades están “los Morán”, “los No sé qué”; en Torremolinos, todo el mundo era como desarraigado. Había familias, pero no grandes sagas. Como todo el mundo venía de fuera…

—Vamos acabando, Silvia. ¿Echa de menos disparar desde la trinchera periodística?

—La verdad es que sí. Lo noto mucho en Albuquerque. De pronto, me meto en sitios en los que, si no fuera periodista, no me metería. Por ejemplo, hace poco estuve en una feria de armas. Vas allí, das tu DNI, te dan el carné de armas y puedes comprar todo lo que quieras. Las armas no me interesan especialmente, pero dije: “Esto, ¿cómo será?”. A veces veo cosas y pienso: “Jo, cómo me gustaría hacer un reportaje de esto”. El periodismo es un sacerdocio, no se te pasa nunca.

—¿Qué tal las cosas por el Cervantes de Albuquerque?

—Bien, han sido cinco años estupendos. Dentro de unos meses me traslado a Hamburgo, por cierto.

—Ahí no hay coyotes.

—Algo encontraré (risas), alguna bestia habrá por allí. Tengo ganas de Europa.

—Y, para finalizar, ¿aciertan los augures que pronostican que, con el tiempo, el español sustituirá al inglés como idioma principal en EEUU?

—Es posible. Hay un auge del español. Hubo una temporada en la que la gente no estaba orgullosa de hablar español, pero ahora sí. Han influido mucho la literatura, las películas y la música. Nuevo México es el único Estado oficialmente bilingüe. No sé si lo va a desbancar, pero puede que el español iguale al inglés en EEUU.

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Jaime
Jaime
5 meses hace

Sí que había apellidos en ese no-lugar que Jesús Gil dejó bien montado. También pienso que Bowie era inteligentísimo, y que quizá lo siga siendo desde el otro lado.
Yo mismo estuve en Torremolinos de niño y no guardo muy buen recuerdo. Sí por el buffet libre donde mi hermano mayor y yo nos pusimos las botas, pero no por otras cosas que prefiero guardar para mí.