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La galería subterránea

El día 2 de noviembre de 1903, tal y como habían acordado por unanimidad los inquilinos del 221 de Baker Street,  tomaron el tren en la estación Victoria con destino a Eastbourne, al final del trayecto los esperaba el cochero John Clayton para recorrer en uno de sus faetones, con capota y gran espacio para equipaje,  las 5 millas escasas que los separaban de la granja de Fulworth, situada en la vertiente  sur de las colinas de Sussex. Podemos decir que se cerraba para todos una etapa en su vida y se iniciaba otra que deseábamos fuera lo más venturosa posible.

Al llegar a su destino y desde una prudente distancia, para tomar perspectiva, tanto Holmes como el resto del grupo, pasaron revista al exterior de su nueva residencia y comprobaron que todo estaba en perfecto estado de revista, la hiedra empezaba a trepar por los muros y muy pronto llegaría a las habitaciones del piso superior. El arquitecto Denis Latour, que trabajaba en el prestigioso estudio de Hector Guimard, había llevado a efecto un buen trabajo de restauración en todos los sentidos. El conjunto tenía todo el aspecto de ser un lugar paradisíaco rodeado de vegetación y  de los suficientes acres de terreno para albergar las colmenas y cultivar algunas hortalizas. Además les quedaba por ver una sorpresa que no esperaban. En aquel lugar, tanto el detective como su ayudante, podrían desarrollar cómodamente sus nuevos proyectos.

"Al cabo de un buen rato de espera, Holmes decidió que había que entrar en la casa y poner en evidencia al intruso o, al parecer, intrusa"

El cochero Clayton se disponía a descargar las maletas, cuando Holmes observó que una jovencita rubia, con caña y cesta de pescador, introducía su llave en la cerraja de la puerta principal y accedía al interior de la casa. El detective le preguntó a su amigo:

—¡Por Júpiter! Se ha dado usted cuenta, Watson, de que una niña ha entrado con toda libertad en nuestra vivienda.

—Lo siento, Holmes, estaba distraído y no he visto absolutamente nada.

Entonces el detective le rogó que acudiera a la puerta trasera para ver si la veía salir mientras él montaba guardia en la puerta principal.

—Si la vista no me ha engañado —repitió— alguien ha entrado en la casa y por la tanto si  esperamos un poco tiene que salir y darnos una explicación convincente.

Pero el tiempo transcurrió y no salió nadie.

Al cabo de un buen rato de espera, Holmes decidió que había que entrar en la casa y poner en evidencia al intruso o, al parecer, intrusa. Así se hizo pero en el interior no había nadie. Se revisaron todas las habitaciones, el sótano, que era el lugar en el que el detective guardaba todas las piezas de su famoso museo particular, y también el espacioso ático, todo ello con resultado negativo.

—Solo cabe una explicación —dijo Watson—, quizá la fuerte luz de la mañana, al reverberar en el encrespado oleaje del canal le ha jugado una mala pasada y le ha hecho ver algo parecido a un espejismo.

En ese momento decidieron volver al recibidor y vieron colocado encima de una elegante mesa, que había sido un obsequio del National Trust (Galería Británica de Antigüedades), algo que parecía un sobre de grandes dimensiones que tenía en su esquina derecha un membrete con las señas del estudio de arquitectura de Hector Guimard. Holmes lo abrió y vio que contenía un informe elaborado por Latour que le aclaraba diversos aspectos técnicos de las obras realizadas en su vivienda y que hasta ese momento desconocía.

"Cuando la intrusa, que resulto ser Maud, regresó de la playa era ya bastante tarde y la señora Hudson la invitó a que se quedara a cenar"

«Estimado señor Holmes: Cuando acometimos las obras del sótano nos encontramos con una inesperada sorpresa. Una de las paredes cedió por su parte inferior y los obreros me llamaron para que observara una galería que parecía tener bastante profundidad y una pendiente muy pronunciada (por ello no se iluminaba la salida). Armados de unas lámparas de petróleo nos dispusimos a llegar al final, pero tuvimos buen cuidado en ir observando su estado de conservación por si pudiere producirse un desprendimiento. Las paredes eran de tierra caliza mezclada con creta que formaba una mezcla compacta y no mostraban ningún deterioro ni humedad, aquella obra había sido realizada a conciencia. La brújula nos indicaba que íbamos caminando hacia la pared de los acantilados. Cuando llevábamos recorridas algo más de 150 yardas nos tropezamos con una puerta de hierro cerrada por una barra basculante que funcionó sin ningún problema y ¿sabe usted donde llegamos?, pues a la misma playa de arena gruesa y guijarros. La entrada estaba muy bien disimulada por existir en la base de la playa muchas grutas y oquedades. Todo aquello me recordó una historia de contrabandistas que seguro que  leyó en su juventud, lo positivo del descubrimiento es que usted y sus amigos podrán tomar un baño sin verse obligados a caminar un buen trecho y descender por el peligroso camino situado a media milla de la posada que llamamos Chimenea del Diablo. Disfruten del hallazgo». P/ Le he dejado un juego llaves de la casa a una preciosa jovencita rubia llamada Maud, quien se ha prestado a regar las enredaderas y las plantas, y echar de vez en cuando un ojo a la casa. Denis Latour.

Cuando la intrusa, que resulto ser Maud, regresó de la playa era ya bastante tarde y la señora Hudson la invitó a que se quedara a cenar. Ella aceptó con la condición de que se guisaran  los deliciosos lenguados que traía en la cesta y que acababa de pescar.

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