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La maldición de los Reyes Católicos: Así cayeron los Trastámara

La maldición de los Reyes Católicos: Así cayeron los Trastámara

Esta historia de los Reyes Católicos, que no solo se centra en los aspectos más curiosos y extravagantes de su reinado, trae una visión renovada y amena sobre la vida de los monarcas y todo lo que les rodeó desde que eran solo unos niños. Sus relaciones familiares, su educación, su llegada al trono y la construcción de las bases de un imperio que perduraría durante varios siglos tras el descubrimiento de América.

Zenda ofrece a continuación un fragmento de Los Reyes Católicos y sus locuras, de César Cervera Moreno.

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«Dios declaró que Caín, el primogénito de Adán y Eva, estaba maldito y colocó sobre él una marca como señal de que el que osara matarlo o lastimarlo provocaría la ira de Dios».

Capítulo IV del Libro del Génesis.

Una conspiración repta por las sombras de Montiel. Al Rey de Castilla le sale vaho de la boca y sudor de las sienes cuando se escabulle, de puntillas y amparado en la noche, del castillo donde permanece acorralado desde hace días por los ejércitos de su hermanastro Enrique de Trastámara. Ambos llevan toda su vida con las armas en alto, peleando por la corona de su padre y por su propia supervivencia. Pedro I, al que unos llaman ‘el cruel’ y otros ‘el justiciero’, acude confiado a la tienda de un capitán rival que por un buen saco de oro le ha prometido sacarle de aquel cerco en el que, derrotado y abandonado por sus aliados ingleses, espera la llegada de un milagro. Las palabras del mercenario francés Bertrand du Guesclin se desvanecen pronto en la oscuridad, y la traición cobra vida.

Bien custodiado por su ejército, Enrique se aparece en la noche y se encara con su hermano, recordándole su amistad con los judíos:

–¿Dónde está ese judío hideputa que se nombra Rey de Castilla?

Pedro y su hermano bastardo corren el uno contra el otro para abrazarse en un choque que produce un ruido metálico. Destellan los aceros en la noche pálida. Los luchadores ruedan por el suelo con las dagas desenvainadas hasta que queda el Rey de Castilla encima a punto de vencer, pero entonces Bertrand du Guesclin toma partido con quien le llena los bolsillos de monedas. El francés pronuncia las palabras que, cual hechizo, habrían de poner fin a dieciocho años de guerra familiar, a dieciocho años de llamas y barro en Castilla:

–Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor.

El rey cae al suelo tras la zancadilla del francés, al tiempo que Enrique le apuñala con insistencia.

Aquella noche castellana de marzo de 1369 selló con la sangre de dos hermanos el destino de una dinastía marchita y floreció la de otra llamada a dominar no solo Castilla, no solo España, no solo buena parte del Mediterráneo, ni siquiera los límites conocidos. El globo iba a ser la única unidad de medida posible para las ambiciones de los Trastámara y sus descendientes. La enorme sacudida del Renacimiento los auparía a cotas impensables para mentes medievales, pero, como si su pecado original estuviera tatuado debajo de la piel, la caída resultaría igual de estrepitosa. La marca de Caín acompañó los doscientos años de gloria y traición de una estirpe acostumbrada a tirarse tierra a los ojos y a morderse en la pantorrilla por encima de la media palaciega, que siempre ha sido muy elevada. Como le ocurriría a los Austrias y, sobre todo, a los Borbones, los mayores antagonistas de los Trastámara no serían sino otros Trastámara. Otros fratricidas.

La maldición solo pareció saciada con la unión de las dos principales ramas de la familia, la castellana y la aragonesa, en la figura de los Reyes Católicos a finales del siglo XV. Este matrimonio estuvo precedido de una larga lista de extrañas muertes, varias de ellas de sangre Trastámara, que aseguraron un cambio de rumbo definitivo para la historia de España. El amor, o la conveniencia política, según se quiera ver, dio la última posibilidad de supervivencia a esta casa y brindó al país una bacanal de oportunidades de ir más allá. Más allá de los mares. Más allá de lo conocido. Más allá de su pasado. Para España era tal vez demasiado pronto, pero para ellos era demasiado tarde, condenados a caer contra el suelo por la gravedad familiar y a ver que todo lo logrado en los despachos y los campos de batalla lo iban a llorar en el lecho. Las lágrimas sustituyeron a la sangre en los últimos días en la tierra de los hijos de los hijos de los asesinos de hermanos.

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Autor: César Cervera Moreno. Título: Los Reyes Católicos y sus locuras. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Todostuslibros

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