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Una conversación con Emilia Pardo Bazán (y X): El consejo de Emilia Pardo Bazán

Una conversación con Emilia Pardo Bazán (y X): El consejo de Emilia Pardo Bazán

Ya en la puerta, no me sorprendió encontrarme con un buen puñado de cuadros coloristas apiñados por el suelo del jol. Si Zola en Francia había sido el abanderado de Manet y de la modernidad pictórica, en España la Pardo Bazán tenía amistad con todos los impresionistas locales, empezando por Sorolla. Sus visitas al taller del pintor valenciano y sus artículos sobre pintura y exposiciones habrían sido suficientes para acreditar su entusiasmo por el color y la luz. En La quimera Velázquez y Goya, Rubens y Frans Hals, los impresionistas y los prerrafaelistas, están presentes en buena parte de las conversaciones. Se veía que su autora había recorrido todas las salas de París y buena parte de los talleres de Madrid.

—Veo que le gusta también la pintura de Joaquín Sorolla —dije, deteniéndome y ojeando el primero de los cuadros amontonados a mis pies, mientras ella me abría la puerta de entrada—. Hay quien le considera facilón, pero a mí siempre me ha maravillado la manera en la que capta la luz, esa luz que es tan puramente local, todo Valencia está en esa luz. Soy muy fan.  

—Yo también fui desde el principio una gran admiradora suya. Lo sigo siendo. Es uno de nuestros tesoros nacionales. Junto con Fortuny, considero que son los dos mayores pintores del siglo XIX.

—Los dos están muy reconocidos, y con justeza, a estas alturas. Le confieso que todavía no he podido leer sus artículos sobre pintura. Pero sé que compartimos la misma pasión por los escritos estéticos de Zola. Se suele considerar a Baudelaire el mejor crítico de su tiempo y para mí Zola no le va a la zaga. Tenía un temperamento apasionado como esteta con el que me identifico. Hay un artículo titulado Mis odios, no sé si lo recuerda, en el que arranca hablando de la importancia del odio como motor vital.

"A mí ese es el Zola que más me admira. Tiene un instinto estético único. Sabía perfectamente lo que perseguía"

—Claro que lo recuerdo. “El odio es santo. Es la indignación de los corazones fuertes y poderosos, el desdén militante de aquellos a los que ofende la mediocridad y la tontería. Odiar es amar, es sentir la propia alma calurosa y generosa y vivir en el desprecio de las cosas vergonzantes y tontas. El odio alivia, el odio hace justicia, el odio engrandece. Me he sentido más joven y más valiente después de cada una de mis revueltas contra los tópicos de mi época. He hecho del odio y del orgullo mis dos anfitrionas: me he complacido en aislarme y en odiar todo lo que hiere al hombre justo y al artista auténtico. Si valgo algo es porque estoy solo y porque odio…”. “Odio a los cursis que nos gobiernan, a los pedantes y los aburridos que rechazan la vida… Creo en una serie continua de expresiones humanas, una galería sin fin de óleos vivos, y lamento no poder asistir a la eterna comedia con sus millares de actos diversos… Hay tantas sociedades y tantas obras diversas, y sin embargo los impotentes no quieren agrandar el marco… No creéis, imitad. Y por eso también odio a los críticos que quieren estúpidamente hacer de la verdad de ayer una verdad de hoy. No entienden que seguimos caminando y que los paisajes de la humanidad cambian…”.

—¡Qué memoria tan prodigiosa! —exclamé admirado.

—Es el mejor Zola. El Zola justiciero del Yo acuso, solo que encarado con todas las mediocridades críticas de su época. A mí ese es el Zola que más me admira. Tiene un instinto estético único. Sabía perfectamente lo que perseguía. A veces podía ser injusto, como cuando para ensalzar su estética y ser coherente, atacaba a Gustave Doré en pintura, igual que después atacó a Stendhal en la novela, desde un planteamiento sistémico, por un prurito de coherencia. Era normal que con tanto carácter se convirtiera en jefe de la escuela naturalista. Él fue quien nos convenció a todos de que la realidad es la gran inventora, la artista siempre fecunda y original. Tanto la fantasía de Doré como el sicologismo de Stendhal quedaban fuera de sus concepciones de lo que debía ser el arte. Yo sospecho que en ambos casos se sentía atraído por ellos, por ese fondo romántico e hipersensitivo que tenía, pero el pensador sistemático se obliga a mantenerse fiel a sus postulados…

Émile Zola

—Eso lo empobrece, es cierto.

—Sobre todo lo ciega, le obliga a fijarse solo en aquello que coincide con sus premisas. Pero dejando esos raros casos al margen, por lo general como crítico es tremendamente clarividente. Él supo, antes que nadie, entender qué era lo que estaba persiguiendo Manet, y lo consagró cuando nadie más quería saber de él. ¿Sabes que Manet se vino a Madrid en 1865?

—Recuerdo que Zola hablaba bien de Manet, y sé que Manet pintó un retrato muy bonito del joven Zola que parece un hípster barbudo de su día. Pero no sabía que hubiese venido a España, no.

"Manet se quedó fascinado con Velázquez, Goya y Zurbarán"

—Se alojó en un hotel de la Puerta del Sol, y aparte de protestar porque la comida le parecía demasiado aceitosa y nuestro género de vida, en términos de pintura se quedó fascinado con Velázquez, Goya y Zurbarán. Los días que pasó estudiando aquellos cuadros se plasmaron después en algunos de sus bodegones. El limón, desde luego, es puro Zurbarán.

—Pues me da gusto saberlo. Ya sabrá que todo lo que tiene que ver con Madrid me interesa.

—Otro artista galo más que se amamantó aquí y lo esconde. Si enumerásemos la cantidad de robos que ha habido del otro lado a este lado de los Pirineos no acabaríamos nunca.

—Y si enumerásemos los que ha habido en el otro sentido, doña Emilia, tampoco. El arte es tradición. Todo el mundo ha aprendido de todo el mundo. El maestro también fue en su día alumno de otro maestro anterior.

—Tienes razón. Perdóname. A veces afloran mis prejuicios románticos juveniles. Se me ve el plumero.

—Volviendo a Zola, a mí me da pena el que la gente solo lea La novela experimental, en la que incurre en la obnubilación por la ciencia, y no sus escritos sobre el arte, que son una maravilla. Ha pasado a la historia como un pensador superficial, oportunista, blando, cuando no lo fue en absoluto. Era un entusiasta, alguien de convicciones fuertes, ajeno al compromiso. Tenía simpatías y antipatías extremas para casi todo. En eso era casi binario. Pero no deja de ser uno de los críticos de arte más sensitivos y penetrantes de su siglo. A mí por lo menos sus escritos estéticos me fascinaron. En el arte si no hay pasión no hay nada.

—Estoy de acuerdo en que es una lástima que el ensayo suyo que más se lea sea la Novela experimental, muy flojita comparado con el resto. Pero también a mí me sucede. La gente lee mi Cuestión palpitante y mis Pazos, que no es mi mejor novela.

—Ya dije que yo prefiero tanto Viaje de novios como la tristísima Morriña e incluso La Tribuna. Pero a veces la historia de la literatura es caprichosa. Supongo que Los pazos fue la que tuvo más éxito y la que colonizó un imaginario hasta entonces virgen. De todas maneras en España no se puede contar con el público. Tú misma has comentado antes que en España la amante del público es la política, no el arte.

"Galdós acabó en la miseria. Yo no, pero porque tuve otros recursos. El arte por sí solo no basta para dar de comer a nadie en este país"

—Desde luego. Si Valera ganó ocho mil reales con Pepita Jiménez, su gran perla, es lógico que prefiriese seguir siendo embajador. Ese ha sido uno de los talones de Aquiles del arte en España. Todos nos metemos deseando la gloria, y la gloria social existe, pero la realidad de las ventas es tan exigua que no da para una vida. Al principio, cuando se quiere conocer a un artista se le compra. El libro más conocido de uno le hace concebir esperanzas. Pero muy rápidamente el público le abandona, pues no hay público más infiel que el español, y se encuentra tarde o temprano sumido en la miseria. Galdós acabó en la miseria. Yo no, pero porque tuve otros recursos. El arte por sí solo no basta para dar de comer a nadie en este país.

—Colorín, pingajo y agua, como bien dijera Valle.  

Una vez más doña Emilia me abría la puerta pero yo me detuve al reconocer el estilo de una última marina junto a la entrada.

Emilia Pardo Bazán, por Joaquín Vaamonde.

—Supongo que esto lo pintó Vaamonde, el joven pintor talentoso de La quimera. ¿Es Coruña, verdad?

—Es la vista que se tenía desde mi casa —dijo. Y de repente se le mudó el rostro—. Lo siento. Con todo lo que hemos hablado me ha entrado la morriña. Es una enfermedad que a más de uno de mis paisanos lo llevó a la hoya. No te rías. Esto lo saben hasta los gatos. A veces con evocar un recuerdo del país se cura…

—En uno de sus textos menciona un quinto en el hospital de La Habana que estando a las puertas de la muerte sanó solo con ver bailar una muñeira. Y eso sin gaita.

—Es que me recuerda a mi padre… —murmuró—. Él fue, en realidad, el gran sostén de mi vida. Él fue el primero que creyó en mí. Yo sospecho que mi vida amorosa un tanto desaforada coincidió con su desaparición. Pero en fin, así son las cosas… —una vez más me indicaba con el gesto que era hora de irme. Salí al rellano y me volví una última vez.

—Para terminar con su semblanza, me gustaría que diera a sus lectores de hoy en día un último consejo.

—Mi principal consejo para ellos y para todo el mundo es que sean tolerantes. O conseguimos ser tolerantes o el mundo en el que vivís, con una sociedad tan diversa y parcelada, no podrá sobrevivir.

Tolstoi

—Eso no es lo que predica Zola.

"Hay demasiada gente empeñada en llevarnos por fuerza a su manera de entender las cosas. Hay que respetar, no con los labios, sino por dentro"

—Pero seguro que Tolstoi, sí. Y yo finalmente soy más tolstoiana que zolesca. A mí fue Giner de los Ríos quien me enseñó el sentido del respeto a las opiniones ajenas, que he conservado y conservaré. Eso es una prenda inestimable y rara no ya en España, donde las discusiones suelen ser violentas y los juicios tajantes, sino en el mundo que se precia de civilizado. Hay demasiada gente empeñada en llevarnos por fuerza a su manera de entender las cosas. Hay que respetar, no con los labios, sino por dentro, los sentires ajenos, y poner en este ejercicio un espíritu de justicia y hasta de amor. Y eso no quiere decir que todo te dé igual; al contrario, se puede ser la más convencida de las personas. Pese a lo que muchos creen la tolerancia es compatible con la convicción profunda y pongo otra vez como ejemplo a Giner, que fue mi maestro en eso. Él era un agitador de conciencias, tenía una fuerza tremenda de convicción, y pese a ello se obligaba a ejercer una transigencia respetuosa con la fe y la razón de los demás. La tolerancia nos es tan indispensable como el aire que respiramos.

—Ojalá te escuchen los políticos actuales.

—Pues parece que ya ha llegado el momento de despedirse.

—Parece que sí. ¿Alguna cosa más que quiera añadir?

—Nada. He tenido la suerte de ser independiente. Nunca vendí mi pluma a partidos ni empresas. Soy libre y lo he demostrado bravamente en mil ocasiones. Mi principal defecto en vida, si acaso, fue no velar mis ideas ni mis juicios. Pero me quedo satisfecha con lo vivido y sobre todo con lo escrito. Todo lo demás desaparece.

—Ha sido un placer conocerla, doña Emilia.

—Lo mismo digo. Tenga cuidado con las escaleras al bajar.

—Lo tendré, descuide.

—Un beso grande, guapiño.

—Otro.

Bajé por las escaleras y al salir a la calle ya había caído la noche. Las farolas estaban encendidas. Los coches circulaban. Por un momento estuve tentado de pensar que me había imaginado todo, pero cuando volví la cabeza comprobé ya según cambiaba de acera que el landó seguía allí. El cochero me miró, con un cigarrillo entre los dientes, entre burlón y desafiante desde el otro lado de la calle. Concluí para mí que yo venía influenciado por esa leyenda de prepotencia que tenía Emilia Pardo Bazán y me había topado con una mujer completísima, con un corazón tan grande como su obra.

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José Ángel Mañas es novelista. Su próxima novela, Una novela de bar en bar llegará a las librerías el 25 de marzo. Domingo Espinar va contándole su vida a un amigo escritor. En esas largas charlas, de bar en bar, le relata sus primeros amores, sus fracasos, habla de las personas que quiso, a las que perdió, sus primeros contactos con los movimientos sociales y hace un repaso por la historia político-social y económica de la España de las últimas décadas: desde el boom inmobiliario y la corruptela de algunos ayuntamientos, hasta su implicación en un proceso por violencia de género acusado por su penúltima esposa. No se puede tener una vida más completa ni un personaje más logrado. Después de haber ganado el premio Ateneo de Sevilla con La última juerga, Mañas deleita a sus lectores en la que posiblemente sea su mejor novela hasta la fecha.

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