Inicio > Actualidad > Entrevistas > Yolanda Reyes: «Tener libros en la infancia es algo que cambia la vida»

Yolanda Reyes: «Tener libros en la infancia es algo que cambia la vida»

Yolanda Reyes: «Tener libros en la infancia es algo que cambia la vida»

Hay libros, novelas, que son aullidos. Hay autores que se dejan parte de la vida en un texto para que, en las mejores ocasiones, se deslice fugaz hacia el estómago o el corazón de su lector. Hay libros que atraviesan continentes y se asientan en ese lector suavemente. Otros que se ubican tras un acerado golpe en la mente del que lee, del destinatario de esas palabras.

"Belén y Federico son madre e hijo. Son una idea de madre y de hijo que no es muy frecuente en la literatura aunque sí en la vida. Qué raro que me llame Federico es un verso de Lorca y es también una gran novela sobre la búsqueda vital"

Las cosas que no se dicen pueden llegar a desaparecer. Las preguntas que no se enuncian malviven destinadas a sucumbir en el vacío, el olvido y el silencio. Todos construimos nuestros baúles personales con las historias que no llegaron a ser, con las personas en las que no nos convertimos, los caminos que no tomamos, las palabras que nunca dijimos en voz alta, y cuyos ecos y resonancias en el otro jamás nos representaron.

Estos días una autora y su novela atraviesan continente. Yolanda Reyes y Qué raro que me llame Federico, su novela sobre la gran búsqueda. Estos días dos personajes —que huyeron para encontrarse— salen de esas grutas, de esos baúles escondidos, para ofrecerse a los lectores. Belén y Federico son madre e hijo. Son una idea de madre y de hijo que no es muy frecuente en la literatura aunque sí en la vida. Qué raro que me llame Federico es un verso de Lorca y es también una gran novela sobre la búsqueda vital.

"Esta es una novela de voces musculosas, del apetito hercúleo de una autora por dejar un espacio propio a las necesidades de estos personajes, por pulir de lo innecesario la trama y ofrecerla al lector sin ambages"

Del vacío, del olvido y del silencio, Yolanda Reyes rescata preguntas y respuestas sobre la adopción. Desde esos baúles personales repletos de historias da vida, en las páginas de su reciente novela, a dos personajes en continua búsqueda. Vivir es buscar. Buscar es definirse. Definirse es completarse. Parecen estos los axiomas sobre los que se cimenta Qué raro que me llame Federico, la novedad editorial de Alfaguara de final de año, una novela que nace del apetito voraz de Reyes por narrar y que atravesó un continente para deslizarse en nuestro estómago, acaso en nuestro corazón.

Poseedora de una prosa directa e inmaculada, Yolanda Reyes descubre en este texto la historia de una madre soltera y su hijo. Es una novela que se narra en dos voces y en varias direcciones —de atrás hacia adelante, desde el final hasta el principio, de dentro hacia fuera— la vivencia de Belén y su deseo de tener hijos, el proceso de adopción, el alumbramiento de Federico y las posteriores preguntas que al joven le genera la propia vida y que le lleva, de adulto —casi al principio de la novela— a vivir, a buscar, a definirse de vuelta en su Bogotá natal. En esta historia de búsquedas y comienzos —estas vidas de ida y vuelta— la voz de los personajes se enraíza fuertemente en el texto. Esta es una novela de voces musculosas, del apetito hercúleo de una autora por dejar un espacio propio a las necesidades de estos personajes, por pulir de lo innecesario la trama y ofrecerla al lector sin ambages.

Zenda se reúne con Yolanda Reyes en la sede de la editorial para hablar de esta novela que es aullido y que es sangre. No podía ser de otro modo con ese fragmento de un poema de Federico García Lorca con el que se abre le genera Qué raro que me llame Federico. Recorremos con Reyes la experiencia vital de sus dos personajes.

Comenzamos.

¿Cómo le llegó esta historia?

"A veces la idea esa de que las madres nacen y ya está todo hecho desde el principio… Hay que aprender a entender a un hijo y a saber quién es el hijo, yo no creo que eso esté claro nunca"

Me llegó de muchas formas: me llegó por una amiga que quería adoptar un niño y yo la acompañé mucho en este proceso. Y no sé si cuando la estaba acompañando, o ya lo había adoptado, me llegó una especie de “Federico”, que venía de Francia y hablaba español trabado como un francés. Yo estaba muy interesada en la adopción. Él fue a Colombia porque quería ayudar, dijo que quería darle algo a Colombia porque había sido adoptado allí por una mujer francesa y yo tenía mucha curiosidad y le pregunté cómo era que no hablaba español si lo habían adoptado a los cinco años. ¿Por qué hablaba español con ese acento? Y él me dijo que estaba desesperado por encajar en Francia y que su gran obsesión había sido hablar pronto esa lengua y ser uno de ellos, y para eso también había tenido que olvidar. A mí me pareció una imagen tan potente, y además tan de Colombia en el fondo, ¿no? Tienes que olvidar, el método de olvidar y el método de recordar, recuperar memoria. Entonces ver un francés con rasgos tan colombianos… Él ya había encontrado a su familia, a sus primos. Se fue con sus primos, en un momento muy peligroso de Colombia, a ver si encontraba más rastros de su madre, de su padre, y él era igual a sus primos, eran llaneros, ¡montaban a caballo y todo! Él estaba protegido porque era uno de ellos, pero con tal de que no hablara. Le decían: “tú no abras la boca porque se ve que eres extranjero”. Y eso de extranjero, de la lengua, de no abrir la boca…, siempre pensé en él cuando estaba escribiendo y no lo he vuelto a ver. Pero pensé en él. Tenía mucha curiosidad, pero no por el libro, sino porque pensaba sobre el hijo adoptado de mi amiga: “cuando sea mayor, ¿qué recordará y qué no? ¿Qué significa ser adoptado a los cinco años?” Esto empezó a pesar y me guió mucho en la oscuridad de esta novela, que tiene tiempos muy oscuros, hay muchas cosas para resolver. Pero yo miraba y pensaba mucho en este muchacho.

¿Es esta una novela sobre todas las madres?

En el fondo sí. Nunca me lo habían preguntado así, pero en el fondo sí porque la construcción de la maternidad tiene mucho de simbólico. A veces la idea esa de que las madres nacen y ya está todo hecho desde el principio… Hay que aprender a entender a un hijo y a saber quién es el hijo, yo no creo que eso esté claro nunca y las madres tenemos conflictos con la maternidad que creo que sí, que con todos los matices y todas las peculiaridades, sí que hay una construcción, hay un viaje a ser madre y también un hijo. Ahí hay una relación que se construye, no está hecho todo desde el principio.

Es muy acusada en la novela esa asunción común en la sociedad de la construcción identitaria de la mujer por medio de la maternidad. ¿Por qué cree que Belén desea tener hijos? ¿Cree que lo hace empujada u obligada por esa imposición social?

—No lo sabemos. A veces no entiendo tanto a Belén. Ella cree que tiene todo controlado, además, ¡es una editora! Ella controla el mundo. Ella corrige, ella revisa manuscritos, ella siempre ha decidido lo que quiere y lo que no quiere y de pronto ella se sorprende al pensar en el reloj biológico, en que le interesaría tener un hijo, y en que no ha pensado en eso porque cree que en la vida hay tiempo para todo. Siento que más que la presión social es la presión del tiempo en la vida, la presión del tiempo en las mujeres, en el cuerpo de las mujeres. Creo que si no hubiera presión social, habría una presión física de alguna manera. El cuerpo envejece y el paso del tiempo hace que se piense “si quiero hacer esto, lo debo hacer ya”. Creo que se podría pensar con todo: si quiero ser alpinista, o quiero jugar al tenis o quiero ser pianista, ¡también hay un tiempo para eso! Pero el tiempo de tener un hijo…, ¡el cuerpo de las mujeres tiene caducidad! Creo que de alguna manera juega en la construcción de la identidad.

Belén y Federico aparecen ya juntos al inicio de la novela. En su texto la historia se narra de una manera muy cinematográfica, con saltos temporales y flashbacks. ¿Por qué decidió hacerlo de esta manera?

—Porque me interesaba el tiempo. Me interesa el tiempo en las novelas, me interesan las versiones. Me interesa, más que contar una historia, explorar esas discontinuidades, esa idea de la memoria, de lo fragmentario, y también esa pregunta que creo que es la pregunta que todos nos hacemos: “¿quién era mi madre antes de ser mi madre?”, la prehistoria de una madre. ¿Qué es una madre antes de haber tomado la decisión de tener un hijo? ¿Qué vicisitudes, problemas, contingencias hacen que esta mujer tenga este hijo? Eso me hacía contarlo desde Belén hacia el hijo, hacia el momento del hijo.

En cambio lo del hijo me hacía pensar: “Bueno, este niño que tiene ese tiempo de tener 20 años, pero también esos baches en la memoria”. De hecho es fotógrafo. Pensé en muchas profesiones y me parecía que ser un fotógrafo, un artista y hacer retratos es también tener imágenes discontinuas y te preguntas sobre quién está detrás, quién toma las fotos. Las fotos son fijas y yo creo que la memoria funciona un poco así. Te lo cuento ahora como si hubiera sido tan fácil esta búsqueda.

Esta novela es un puzle

"Creo que, sin lanzarme a hacer interpretaciones, las mujeres estamos un poco así, como que, en la medida en que nos han soltado tantas responsabilidades encima, queremos todo. Y de pronto, ¡qué soledad!"

—Sí. Sufrí…, pero creo que cuando uno sufre también hay…, ¡esa es la gracia! Si fuera a contar una novela me puede salir algo, no sé, de autoayuda. Pero esto del tiempo y de cómo iba a ser la voz de este niño… No fue fácil encontrar a este niño. Hice primero una versión en tercera persona, y después tuve que dar al botón de “delete”, borrar, ¡qué susto! Ahí este niño empezó a hablarme, y yo ya lo conocía. Pero para conocerlo tuve que hacerlo y borrarlo.

¿Podría haber escrito esta novela con un narrador omnisciente en tercera persona?

—La hice y no funcionó. Me tocó desbaratarle, me tocó romper las voces. Siempre quise romper, no quería ser omnisciente, es que, ¿cómo va a ser omnisciente la construcción de la identidad? Y ahora digo, ¡claro, no podía ser!

Belén y Federico son en realidad dos personas que están solas. ¿Considera que es ese el  motor que tienen sus dos personajes para estar continuamente a la búsqueda de sí mismos? ¿Qué les mueve a tener un hijo, a buscar sus orígenes?

"Ella me parecía una editora que quiere descubrir algo de literatura infantil. Es una mujer que lo tiene todo y que ha trabajado mucho para ser la mujer brillante, intelectual. La puse de editora porque es un mundo que conozco"

—Oye, ¡nunca había pensado en eso! La soledad también es parte de esta novela. Sí, no sé. Hoy alguien me leía algo de Luis García Montero, que dice algo así como “los laberintos de estar solo”. Pues pienso que sí. Creo que la soledad de Belén, en medio de todo ese control…, ¡me gustó hacer este personaje! Creo que, sin lanzarme a hacer interpretaciones, las mujeres estamos un poco así, como que, en la medida en que nos han soltado tantas responsabilidades encima, queremos todo. Y de pronto, ¡qué soledad! Esa madre, esa incomunicación, esas parejas, este niño también (en esa búsqueda, en esa ciudad que no es suya). Pues sí, estamos solos. Por eso escribo, yo creo. Por eso hay que sacar fotos, escribir, leer.

Belén es una madre protectora pero que concede a su hijo una libertad que choca mucho con la falta de libertad, la opresión social a la que la somete su madre, mucho más condicionada por la opinión de los otros, por el qué dirán. ¿Ser abierta o dialogante con su hijo es un grito de libertad, es un golpe sobre la mesa para Belén?

—No sé bien. Ahora hablándolo pienso que ir a Colombia en 1994 a adoptar un hijo es como…, ¡estás loca! También Belén entra en shock cuando Federico le dice “voy a Colombia”. A veces uno quiere ser distinto y termina siendo tan igual. A ella, por razones diferentes, cuando Federico dice que va a Colombia, se le rompe el corazón. Sí, ella lo deja. Ahí también está ese doble discurso de los niños, desde pequeños, cuando quieran saber algo, pero, ¡a la vez tenía unos papeles escondidos! Esa ambivalencia…, damos tanta libertad, pero en el fondo, ¿damos tanta libertad? Esta es la pregunta que se haría Belén. Por eso lo llama, y está en Skype. Pero él necesita estar sin ella, necesita irse de la madre. Creo que todos necesitamos en un momento crecer e irnos.

El mundo literario, editorial, es escenario, telón de fondo de Qué raro que me llame Federico, es casi un personaje más que funciona en el caso del personaje de Belén como un hilo conductor de su experiencia vital. ¿Por qué decidió ambientar esta parte de la novela y la relación entre Belén y Sergio sobre este mundo editorial?

—Pensé: ¿qué profesión va a tener Federico? ¿Qué profesión va a tener Belén? Ella me parecía una editora que quiere descubrir algo de literatura infantil. Es una mujer que lo tiene todo y que ha trabajado mucho para ser la mujer brillante, intelectual. La puse de editora porque es un mundo que conozco.

Esta novela, la relación entre la madre y el hijo, podría haber estado llena de reproches. Sin embargo las palabras no dichas sustentan, permiten la narración, dan alas y cuerpo a la historia  ¿Cuánto le ha costado escribir este libro?

"También cuando uno está escribiendo un libro, todo le habla del libro"

—Mucho. También quería dejar una franja en el medio, que fue lo que más trabajé. Yo quería dejar una grieta. No quería que las dos versiones estuvieran ensambladas. No quería que todas las palabras dijeran todo. Quería que hubiera un remanente de silencio o de algo no dicho. Y te digo, ¡me costó! En algún momento cuando vi el libro pensé que hubiera tres voces, ¡que habría sido un desastre! Y después, ¡hay una voz que no está! Hay muchas cosas que no están en este libro. Yo quería trabajar un poco el silencio, o la falta de sincronía entre las dos voces. Quería que quedara algo a la deriva, muy abierto, para que cada uno viera cómo se ubica ahí. No quería ninguna respuesta. Quería plantear, esbozar esa dificultad, esa relación, esos encuentros y esos desencuentros que son parte de las relaciones humanas y la relación entre una madre y un hijo.

Si hablamos sobre la escritura de la novela, podría contarnos ¿cómo vistió, cómo dio voz, cómo creó los personajes de Belén y Federico?

—Trabajando mucho. Creo que Belén fue muy inspirada en amigas mías que han pasado por procesos similares. Hablé con algunas mujeres, con una amiga muy querida que adoptó este niño. También cuando uno está escribiendo un libro, todo le habla del libro. Para el personaje de Federico me guió este muchacho y creo que, en el fondo, me guió la relación con mis hijos mayores que estaban preparándose para irse de la casa. Yo en ese momento no sabía, pero eso fue también, estuvo en mi “preparación teórica” (poniéndolo entre comillas) para aceptar que se acaba un tiempo y aceptar esa separación. Obvio que no sirve para nada la preparación teórica pero en ese momento inconscientemente seguro está laborando algo que intuye que va a suceder pronto.

¿Quiénes han sido sus referentes literarios a la hora de escribir esta novela?

"¡Yo soy organizada! Tengo un esquema, sé para dónde voy. Construyo la idea, esto de los tiempos, pero sí, me dejo afectar por la búsqueda misma"

En esa época ya había empezado a leer mujeres, mujeres, mujeres. Jhumpa Lahiri, por ejemplo, tiene un cuento específicamente que a mí me dolió, que se llama “Una cuestión temporal” que está en Interpretaciones que ahora tiene otro nombre…, lo publicó Océano. Bueno, Jhumpa Lahiri es una de mis mujeres. Chimamanda Ngozi Adichie es otra, es africana. Esos lugares que, no sé si ella ya lo había publicado, pero yo estaba leyendo mujeres en ese tiempo y es como: las mujeres que no terminan de encajar, que pertenecen (por eso pienso en Chimamanda) a una cultura, que son muy sajonas ellas, pero también tienen otra cultura que es la cultura de origen y miran el mundo desde esas perspectivas dobles.

Son ellas, mis grandes mujeres: Chimamanda, Jhumpa Lahiri.

Existe una clasificación de los escritores en cuanto a su metodología de trabajo que los define como escritores brújula o escritores mapa, ¿en qué categoría estaría usted?

—¿Brújula es el que va tanteando y mapa es…? No, yo creo que brújula. Brújula pero con un mapa. [Risas] ¡Yo soy organizada! Tengo un esquema, sé para dónde voy. Construyo la idea, esto de los tiempos, pero sí, me dejo afectar por la búsqueda misma. El mapa puede alterarse, aunque sé para dónde voy, y voy tanteando.

Además de dirigir una colección de literatura infantil, usted es conocida principalmente como escritora de libros infantiles. Hace más de una década publicó la novela Pasajera en tránsito (Alfaguara), ¿cómo ha afrontado la escritura de Qué raro que me llame Federico, una novela destinada también al lector adulto?

Pasajera en tránsito es también novela adulta. Es la historia al revés. Creo que Pasajera en tránsito y Qué raro que me llame Federico son parte de una sensación que yo necesitaba poner en palabras. Vine a estudiar a España y Pasajera en tránsito es una novela de crecimiento pero es al revés, es una latinoamericana que viene a España. Y éste es el viaje al revés. Espero haber terminado ya con ese ciclo [Risas].

 

¿Piensa que debe haber distinción en la narrativa infantil y la narrativa adulta?

—No. Pienso que son los libros y las búsquedas los que encuentran a los lectores. Creo más en cosas más orgánicas, más articuladas, más híbridas. Ahora creemos más en esto que está en los bordes, no que está en límites exactos. Creo que la literatura se mueve hacia esa difuminación de fronteras, de géneros, de edades. ¿Cuándo un libro deja de ser joven para ser adulto? Es como cuando te entregan la cédula de ciudadanía, quizás no significa tanto. Creo que hay muchos rótulos y a veces hay formas más híbridas y maneras más orgánicas de circular por la vida. Incluso a veces uno es niño y es adulto en el mismo día.

En su currículo destaca, además de su trabajo novelístico, su experiencia en la formación de lectores, en la promoción de la lectura. ¿Cómo cree que surge la magia de la lectura, la pasión por los libros?

"Creo que tener libros en la infancia es algo que cambia la vida y facilita muchas cosas, del conocimiento y del pensamiento, y de la vida académica. Pero más allá de eso, abre puertas simbólicas. Eso ayuda a vivir"

—Creo que surge cuando a uno le cuentan historias. Surge en la primerísima infancia. Surge con las canciones de cuna. Surge con la necesidad de oír una voz todas las noches que cuente todas las cosas que dan miedo. Surge con la idea de una voz que acompaña, arrulla, envuelve, y da nombre al mundo de algunas maneras que uno todavía no sabe nombrar. Un niño al que le cuentan historias es un niño que descubre, de muchas maneras, que hay otras vidas simbólicas y que la cultura tiene cosas que decirle, que le abre una dimensión distinta, simbólica de la vida.

¿Cómo surgió en su caso particular?

—Así. Con mi abuela. Tuve la suerte de tener una abuela que me contó historias, de tener una familia lectora, un padre que tenía una biblioteca, crecer entre libros. Es una suerte muy poco frecuente, sobre todo en mi país. En mi tiempo no era tan frecuente. Creo que tener libros en la infancia es algo que cambia la vida y facilita muchas cosas, del conocimiento y del pensamiento, y de la vida académica. Pero más allá de eso, abre puertas simbólicas. Eso ayuda a vivir.

"Yolanda Reyes atravesó un continente para relatarnos la vida de Belén y Federico. Yolanda lleva la vida cincelada en la sonrisa"

Termina la entrevista y continuamos una breve charla sobre la estructura de las tramas de su novela. La vida, como la literatura, a veces transcurre en paralelo y otras atraviesa relaciones, circunstancias… Yolanda permite que, a veces, en esas intersecciones narrativas, queden huecos, espacios reservados para la imaginación o el deseo del lector.

A veces, en esos espacios, la voz que ronronea desde nuestros baúles personales rescata momentos, fragmentos deshilachados, construcciones narrativas inconscientes que pausadamente, al ritmo de la nana junto a la cama, del cuento o la leyenda al pie de la hoguera, nos relata y llena de sentido vidas ajenas y propias.

Yolanda Reyes atravesó un continente para relatarnos la vida de Belén y Federico. La vida de tantos adultos desorientados y niños perdidos de Peter Pan. Yolanda lleva la vida cincelada en la sonrisa. En esa sonrisa perenne que no caduca cuando habla de Qué raro que me llame Federico y de todas las historias que confluyen en su novela.

5/5 (1 Puntuación. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios