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100 artículos de siempre de paso

100 artículos de siempre de paso

Me leyeron la sentencia una tarde de verano. Hizo de juez Miguel Munárriz y andaban por allí de testigos (no sé si de la acusación o de la defensa) Luis Eduardo Aute y Fernando Beltrán. Acababan de llegar los tres a Gijón y estábamos charlando apaciblemente en la terraza de un hotel. Algo interesante debí de decir porque Munárriz, que jamás me había visto en carne mortal hasta aquel día, enseguida dio a conocer su veredicto: «Tú tienes que escribir en Zenda». De aquella jornada, que terminó siendo memorable por muchas cuestiones, guardo como oro en paño dos imágenes tomadas en momentos distintos, sin que por ello escondan mensajes distantes. La primera nos la hizo Daniel Mordzinski allí mismo y salimos en ella los miembros del raro cuarteto que se formó en aquellas horas que navegaron entre las primeras luces vespertinas y las inhóspitas tinieblas de la noche. La segunda, la que encabeza estas líneas, la hizo el propio Munárriz y en ella la mano de Aute sujeta un mechero que ilumina el lema de la camiseta que yo había comprado el día anterior en la caseta que La Revoltosa, una librería aún joven de vocación irreverente y libertaria, tenía instalada en la Semana Negra.   

"Emití la primera comunicación desde mi celda el 2 de noviembre de 2016, hablando del premio Nadal y su importancia a la hora de visibilizar a las mujeres que escribían en los años grises del franquismo"

Zenda había nacido unos meses antes, y yo había asistido desde la distancia a su alumbramiento y a los primeros pasos que la criatura dio en loor de multitudes. Creo que no hace falta decir que ni por asomo pasó nunca por mi cabeza la idea de solicitar el ingreso en tan ilustre legión extranjera. No veía yo mi nombre al lado de los de Arturo Pérez-Reverte, Javier Marías, Sergio Vila-Sanjuán, Luisgé Martín o Agustín Fernández Mallo, por citar sólo a algunos de sus ciudadanos más egregios, así que supuse que el ofrecimiento de mi tocayo era más un gesto de buenas intenciones que otra cosa. Sin embargo, al cabo de unas semanas, cuando ya creí que se había olvidado de su propia invitación, me escribió un correo en el que me pedía que le propusiera algunos temas. Caí en la cuenta de que se habían cumplido cuatro décadas del estreno de El desencanto, la controvertida película de Jaime Chávarri sobre la familia Panero, y se lo dije. Pasó muy poco tiempo (unas horas o un día, ya no sé) hasta que me respondió que adelante. El artículo apareció el 12 de septiembre y constituyó mi debut en Zenda, por mucho que yo estuviera convencido de que sería mi única incursión en estas tierras.

Aquello no tuvo mala acogida y me pidieron otra propuesta, momento en el cual me acordé de otra historia que siempre me había interesado mucho: la película que Víctor Erice había rodado a partir de El sur, el relato de Adelaida García Morales; una adaptación frustrada, toda vez que el cineasta no había podido traspasar al celuloide el texto completo de la escritora. Ese segundo artículo vio la luz un mes después que el anterior, aproximadamente, y tan hecho a la idea estaba de que lo mío aquí iban a ser apariciones esporádicas que una tarde en la que me vi especialmente elocuente le largué un correo a Munárriz con una retahíla de once o doce propuestas que pensaba ir preparando, sin prisa pero sin pausa, a lo largo del año. Debí de pasar una semana (quizá fueron dos) sin recibir la menor noticia, por lo que supuse que mi tocayo se había asustado y, en lo más íntimo de su ser, se lamentaba por haber creado un monstruo. Sin embargo, una noche mi tocayo me llamó al teléfono y, en cuanto descolgué, pronunció la frase que venía a ratificar la condena que él mismo había anunciado en nuestro encuentro veraniego: «Que he estado hablando con Leandro y hemos pensado que por qué no abres un blog».

"En Zenda he disfrutado siempre de una libertad absoluta para publicar lo que me diera la gana, sin que se me impusieran vetos ni se me hiciera la menor recomendación"

Leandro era, y es, Leandro Pérez, que además de escribir (muy buenas) novelas policiacas oficia de alcaide en esta prisión (comunicada) en la que llevo confinado desde entonces. Me puso en contacto con Miguel Santamarina, su hombre de confianza, que fue el encargado de leerme la cartilla y me informó de que las reglas del confinamiento sólo me daban derecho, en un principio, a una única salida semanal. Cuando tuve que pensar en un título con el que presentarme ante los lectores, se me ocurrió Siempre de paso porque así le hacía un pequeño guiño a Aute a través de uno de sus versos más inspirados («El pensamiento es estar siempre de paso») y, a la vez, me curaba en salud al advertir desde el inicio que lo mío no iba a ser una cosa de piñón fijo, sino que me movería de aquí para allá en función de lo que me apeteciese. Nadie puso el menor inconveniente. Emití la primera comunicación desde mi celda el 2 de noviembre de 2016, hablando del premio Nadal y su importancia a la hora de visibilizar a las mujeres que escribían en los años grises del franquismo. A partir de ahí he venido emergiendo cada siete días, siempre en martes, para hablar de libros, ciudades y otras cuestiones que más o menos están relacionadas con la cosa literaria. Como ocurre siempre, los principios fueron de tanteo y discreción, sin alzar mucho la voz ni dejarme ver más de lo conveniente, y poco a poco fui confraternizando con otros compañeros de celda que, por llevar más tiempo, estaban ya mucho mejor aclimatados a las estrecheces carcelarias. De ese modo, empecé a trabar relación con prisioneros como Juan Carlos Laviana o David Bowman, y cuando los responsables del cotarro tuvieron a bien premiar nuestro primer año de buena conducta con un aquelarre en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, que se remató con una sesión golfa en la terraza de un club de fumadores de la plaza de Santa Ana, les pude poner cara y voz a Raquel Jiménez, Victoria R. Ramos, Rogorn Moradan, Jesús F. Úbeda o el incombustible Jeosm. Debí de caer bien, porque desde esa noche se me comenzaron a permitir ciertas licencias que se tradujeron en un puñado de entrevistas sustanciosas —Juan Madrid, Paco Ignacio Taibo II, Tatiana Goransky, Antonio Muñoz Molina— y en algún artículo con carácter especial, como el que preparé preguntándome si existía una Gran Novela Catalana y que vio la luz al amanecer del 1 de octubre de 2017, sin que ni los carceleros de Zenda ni yo mismo fuésemos conscientes de cuánto iba a dar de sí aquella fecha.

Se preguntarán quienes hayan llegado hasta aquí, y con razón, que a cuento de qué viene esta monserga. La cuestión es que, con éste, son ya cien los artículos que llevo publicados en los dominios zendianos y creo que es una cifra lo suficientemente redonda como para permitirse el gusto de incurrir en una humilde celebración. Más aún cuando de Zenda puedo decir la que seguramente sea una de las mejores cosas que puede decir nadie de un medio de comunicación: en todo el tiempo que llevo aquí, he disfrutado siempre de una libertad absoluta para publicar lo que me diera la gana, sin que se me impusieran vetos ni se me hiciera la menor recomendación (espero que entiendan la cursiva) a propósito de lo que convenía o no convenía escribir. En estos tiempos, eso es mucho. De ahí que quiera agradecer a quienes están al frente del invento su hospitalidad y su trabajo y su paciencia. Ellos hacen que esta condena sea un auténtico placer. La semana que viene, más.     

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