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Una historia de Europa (LXXXIX)

Hacia la mitad del siglo XIX, una serie de revoluciones simultáneas sacudió Europa. En realidad, la llamada por los historiadores Revolución de 1848 fue un fracaso desde el punto de vista de poner el mundo patas arriba, pero dejó las cosas orientadas hacia lo que vendría después. Hablar de estallido coordinado en todas partes sería inexacto, pues se trató de un contagio y cada cual fue de su padre y su madre, aunque hubo un común aire de familia. La industrialización había cambiado el continente, marcando distancias entre las naciones que como Inglaterra y Francia conducían el tren del progreso y las que se resignaban a ocupar el furgón de cola. Para esas fechas, las utopías iban olvidándose y el mundo posible se presentaba en toda su crudeza; pero el proletariado, los que más sudaban para ganarse el pan, todavía estaba lejos de ser actor principal en el asunto. Ya se perfilaba, por supuesto, como clase vigorosa; no ya los currantes clásicos de antaño, sino obreros de fábricas, artesanos de los suburbios y trabajadores agrícolas, cada vez más conscientes (sobre todo en las ciudades y centros industriales) de su explotación y miseria. Sin embargo, la de 1848 iba a ser una revolución burguesa, incluso pequeñoburguesa: la hicieron los intelectuales, las profesiones liberales, los estudiantes y las clases bajas más o menos acomodadas, pero no las masas proletarias, aunque en algunos momentos mojaran en la salsa. Todo arrancó de causas diversas que coincidieron en el momento oportuno. El sistema autoritario de las potencias legítimas vencedoras de Napoleón, anclado en la reacción y egoísmo de sus clases dirigentes, alta burguesía megapija que se negaba a compartir el poder (Francia) o se atrincheraba en privilegios feudales (Europa central), era incompatible con los nuevos tiempos y realidades. Para empeorar el ambiente, quiebras financieras y crisis agrícolas (las hambrunas de Irlanda, Países Bajos y Alemania llevaron oleadas de emigrantes a América) pusieron más chunga la cosa. Erosionados el crédito y la autoridad de los gobiernos, puesto de moda en muchos lugares el nacionalismo local, el viejo sistema y la ausencia de libertad olían a rancio. Lo característico del 48 europeo es que se planteó como una lucha de clases con tres ángulos: la alta burguesía, la pequeña burguesía, y las masas obreras (más concienciadas y solidarias) y campesinas (todavía dispersas); pero en realidad ese tercer elemento, el proletariado, fue marginal en esta etapa revolucionaria, donde se limitó a llevar el botijo. La verdadera confrontación se dio entre la alta y la baja burguesía; aunque luego, acojonadas por los estallidos populares, ambas volvieron a formar un frente común. Empezó así a hablarse del peligro rojo, y las clases más o menos acomodadas se inquietaron en serio. Aun así, no fue igual en todas partes. Inglaterra, estable en su creciente prosperidad, casi ni se enteró; pero fiel a su vieja táctica de no tolerar la estabilidad en Europa, alentó cuanto pudo las conmociones ajenas, apoyando ahora a las fuerzas liberales. En cuanto a Francia (tradicional madrina de revoluciones), la inepta monarquía burguesa instalada tras la caída de Napoleón se había ido a hacer puñetas, pero el gobierno provisional bloqueaba las demandas que los liberales radicales planteaban. Aplicado allí el sufragio universal, la clase obrera sufrió una espectacular derrota; eso reforzó la arrogancia de los gobernantes y estallaron conflictos callejeros que fueron reprimidos con brutalidad. En Austria, mientras tanto, la caída del sistema absolutista del canciller Metternich causó una crisis en el vasto imperio de los Habsburgo, cuya naturaleza era incompatible con los anhelos de autonomía y liberalismo de las naciones que lo integraban; y sólo la lealtad del ejército a la monarquía impidió el derrumbe del estado (de Italia, sometida en parte a Austria, y también de España, hablaremos en otro episodio). Y en Alemania, la burguesía de allí, enfrentada a las viejas clases dirigentes, quiso apoyarse en las masas populares; pero las reacciones violentas de éstas terminaron por asustarla y volvió a pastelear con los de arriba. Este detalle retrata el fracaso revolucionario. Las clases potencialmente subversivas de aquella Europa convaleciente del Ancien Régime no estaban preparadas para hacer frente común; y la que era clave en ese momento, la pequeña burguesía intelectual, comercial y trabajadora, jugó en torno a 1848 un papel ambiguo, ni chicha ni limoná, como sostuvo Engels (el colega de Marx) cuando escribió: Aspira a la posición de la alta burguesía, pero el menor revés de fortuna la precipita en el proletariado, siempre debatiéndose entre la esperanza de elevarse hasta las filas de los ricos y el miedo a verse reducida al estado de la clase proletaria.

[Continuará].

____________

Publicado el 20 de septiembre de 2024 en XL Semanal.

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ricarrob
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11 ddís hace

1848 fue un follón y un desmadre. Fue el resultado de los abusos del capitalismo extremo de la Revolución Industrial aunque, curiosamente, la cuna de esta Revolución Industrial, Inglaterra, no sufriera este estallido a pesar de albergar a Marx y Engels que en febrero habían publicado su Manifiesto. Fue como la Primavera Arabe del siglo XXI. Fue.

En Francia los megapijos ganaron la partida. Curiosamente, una revolución trae consigo que se instaure el gobierno más pijo de Europa, el del tercer Napoleón, el de los fastos, las grandes obras arquitectónicas, los desmadres cortesanos y la pijísima Eugenia de Montijo, que pena, pena. Fue el imperio paradigma de lo pijo.

Es como si el Iglesias y la Montero organizaran una revolución y, como resultado, se instaurase un imperio con Victoria Federica de emperadora y Pablo Motos de ministro de propaganda y cultura.

Pero, bueno, de los excesos vienen los lodos. El resultado fue su estrepitosa caída, no me refiero a Victoria Federica sino a Napoleón III, y la «Comuna de París», que si que fue una revolución proletaria, aunque corta y terrible, .

En España casi no nos enteramos de estos movimientos europeos, con la Gordonfla reinando y el espadón de Narváez poniendo orden, un liberal, tan moderadamente liberal que no sé si era liberal. Otros lodos vendrían más tarde a esto.

Respecto a la última frase, la de Engels, quizás ni Marx ni Engels, ni los movimientos de izquierda y revolucionarios posteriores, llegaron nunca a entender a la burguesía. Así siguen. Sus desvaríos, dentro de sus aciertos, en sus análisis sociales e históricos, previeron una derrota total de la ociada burguesía, cuando en el siglo XX y parece que en el XXI, casi todos somos ya burguesía que es la clase triunfadora de todas las revoluciones, con la connivencia y la promoción de las clases altas para terminar con el proletariado y promover una gran clase media acomodada y satisfecha.

Y así siguen, denostando a las clases medias y a la burguesía, sin entender nada de nada. A su puto rollo, como siempre.

Excelente artículo, don Arturo, aunque hoy quizás se nos ha puesto excesivamente serio.

Saludos.

Julia
Julia
11 ddís hace

Después de leer el artículo pienso que, si los chicos de instituto tuvieran o tuviesen de profesor a Pérez Reverte y les explicasen la Historia de forma amena, con lenguaje coloquial que suaviza la seriedad de las fechas y los hechos, quizás podríamos tener verdaderos amantes de los sucesos históricos y hablarían de algo, en vez de mirar el móvil.
Que teña moi bo xoves Sr Pérez Reverte.

Basurillas
Basurillas
10 ddís hace

Para mi todo se puede resumir en lo que dice casi de pasada don Arturo: que en esta época revolucionaria el proletariado se limitó a llevar el botijo. No hace falta más.
Es mucho más interesante, creo, una visión contemporánea y de actualidad comparativa y especulativa del tema, que Pérez-Reverte destapa de manera sibilina en tres partes de su exposición: La primera «Para esas fechas, las utopías iban olvidándose y el mundo posible se presentaba en toda su crudeza». La segunda «Aspira a la posición de la alta burguesía, pero el menor revés de fortuna la precipita en el proletariado, siempre debatiéndose entre la esperanza de elevarse hasta las filas de los ricos y el miedo a verse reducida al estado de la clase proletaria» (está hablando de la pequeña burguesía, la que ahora, considero, llamaríamos clase media). Y la tercera «obreros de fábricas, artesanos de los suburbios y trabajadores agrícolas, cada vez más conscientes (sobre todo en las ciudades y centros industriales) de su explotación y miseria».
Para mi son importantes esas notas porque ahora, en la actualidad, estamos en una situación muy similar, donde la nueva revolución, la de la inteligencia artificial y sus secuelas, va a dejar a una buena parte de la población sin empleo; donde el mundo ha perdido, o lo parece, la noción del camino a seguir, de la ausencia de la utopía que persigue; y donde las personas sin recursos, en un mundo globalizado, superpoblado, sin fronteras y casi sin esperanza, llegará un momento que pugnarán, puede que violentamente, por invertir el orden social y económico de unas élites de cada vez menos ricos pero mucho, muchísimo, más ricos, que acaban confundiéndose con el poder político.
La historia sirve para esto, apreciar coincidencias del pasado, examinar el presente y anticipar lo cíclico y sus consecuencias, muchas de ellas trágicas.

Ricarrob
Ricarrob
10 ddís hace
Responder a  Basurillas

Sr. B., las èlites ya han inventado, ante la IA de Chema Alonso, el gurú telefónico, la renta universal. Sólo falta aplicarla. El caso es seguir teniendo una gran masa social acomodada, adocenada y satisfecha, y en este caso también ociosa, con tal de que no exista un prolerariado pobre e insatisfecho. Todos seremos como Chema Alonso al que le pagan solamente por dar a Telefònica una imagen progre y moderna.

El proletariado suempre, por desgracia, ha llevado el botijo. Unas veces se lo ha llevado a la nobleza, a las élites, a los bolcheviques, a los maoistas, a los castristas, a los chavistas y a los fascistas. Y el botijo, para colmo, no es suyo. Ni el agua.

Triste y explotado proletariado, del cual provenimos casi todos, excepto las victorias federicas (ahí estàn los pablos motos de siempre llevándoles el botijo), siempre arriba como la espuma, así pasen los siglos…

Un abrazo.

Basurillas
Basurillas
10 ddís hace
Responder a  Ricarrob

Pues fíjese querido amigo, yo sin embargo huelo sangre, sudor y lágrimas. No hay tanto sueldo miserable gratis para todos, no hay economía que la resista. Ni en la extinta (dicen) Unión Soviética pudieron con ello.
Sólo con los taxistas, uberianos, camioneros y conductores de autocares y autobuses en paro, en cuanto los vehículos automáticos se hagan con las carreteras, en un decenio como mucho, ya tenemos el lío asegurado. Claro que luego están los crédulos optimistas de siempre que se tragan lo de que la inteligencia artificial va a crear casi los mismos empleos que destruye. El que avisa…

Javier
Javier
6 ddís hace
Responder a  Ricarrob

A mí el proletariado no me da ninguna pena. Solo le interesa el fútbol y vive muy a gusto en su analfabetismo y la estafa tecnológica.

Aguijón
Aguijón
10 ddís hace

Engels, siendo un burgués,
Critica a la burguesía…
Díganme, por cortesía,
En dónde trabajó él.

Ricarrob
Ricarrob
10 ddís hace
Responder a  Aguijón

¡¡Fantástico!!

Ricarrob
Ricarrob
10 ddís hace
Responder a  Aguijón

Y Marx no pisó
una mina de carbón,
Y en el 48 le jodió
no estar en el follón.

El famoso manifiesto,
leído de corrido,
Si no te da un vahído,
deja a todos con lo puesto.

De proletariado hablar,
cuando no se ha pisado un tajo,
es mucho especular,
sin mirar bien abajo.

A día de hoy también
mucho marxista de diseño,
con vida de ensueño,
y viajes y lujos fetén.

Aguijón
Aguijón
9 ddís hace
Responder a  Ricarrob

Hay que darle al verso…

Rimado y medido es
Una forma interesante
Para, sin ser arrogante,
Contar mucho en pocos pies.

A la abeja semejante
Para que cause placer
El epigrama ha de ser
Pequeño, dulce y punzante.
Juan de Iriarte

Francisco Brun
9 ddís hace
Responder a  Aguijón

Bien dice usted señor Aguijón
El verso es un tema serio
Sin despreciar al otoño
Yo prefiero un buen invierno

En alpargatas o chancletas
En bicicleta o patín
Siempre conviene en las cartas
Recibir un comodín

No es mi intención presumir
Pues yo soy un hombre serio
Si tengo algo para decir
Lo escribo con buena letra

Con mayúscula y minúscula
Con acento y punto aparte
Con la E del elefante
Y la R del ratón

Siempre se debe tener
Un rincón donde acostarse
Siempre presto a levantarse
Si la mesa está servida

No sea cosa que de golpe
Se termine la comida.
Y tenga uno que lidiar
Con pan duro y sin reproche.

Cordial saludo

Aguijón
Aguijón
8 ddís hace
Responder a  Francisco Brun

Que surja la vena poética…
Un Quevedo, un Lope… amigos del capitán Alatriste…
Sátira contra el poder y sus malos usos.
Y en siglo XIX un Bretón, un Manuel del Palacio… y sus adversarios…todos ingeniosos…es el siglo de la poesía satírica con cientos de publicaciones…

Que don Arturo incluya a estos grandes confabuladores en sus artículos actuales del siglo de las revoluciones… ahí España no va a la zaga de nadie.

Francisco Brun
10 ddís hace

Cuando en Europa ocurría todo esto, Argentina comenzaba a ponerse de pie apuntando a ser uno de los mejores países del globo. Su pampa húmeda rica recibía a migrantes de todo el mundo, principalmente Italianos y Españoles, que venían a trabajar en serio.
Con ellos llegó su cultura, sus comidas, y yo agregaría la voluntad y el coraje de salir adelante en un contexto desconocido.
Mi maestra de primaria una vez me dijo que la Argentina bien se podría ejemplificar como un formidable crisol de razas, tenía razón.
Prácticamente casi todas las familias poseen ascendencia Europea; Pérez, García, Rossi, Ferrari, Russo, Bianchi, Rizzo, Greco, Romano, Esposito, Conti, De Luca, Rodriguez, González, Fernández, López, Martínez, Sánchez, Pérez…
Pero jamás fuimos ni seremos Europa; y Buenos Aires, menos aún París. En aquella época, espléndidos y refinados palacios pretendieron convertir a Buenos Aires en una metrópoli moderna, con estilos como el neoclásico, el neogótico, el neorrománico, y eclécticos; se quiso convertir a la tierra de los Querandíes, Churruas y Pampas, en mi opinión, en algo que no era verdad. Algo así como un escenario montado para deslumbrar. Creo yo que somos proclives a querer ser lo que en realidad no somos.
El dicho, “aunque la mona se vista de seda, mona queda”, aplica para mi tierra, con una contundencia que hoy espanta, los brutos son profesores, los delincuentes carceleros, y los curas políticos (bueno, ellos siempre lo fueron).
El paradigma de tener personas que se destacan en todos los campos, como en la escritura, el deporte y demás profesiones, no es garantía de conseguir una comunidad sobresaliente, aquí los que triunfan son únicamente los malos.
Una expansión sin precedentes se dio entre 1870 y 1914, en esa época se construyó la mayor parte de la red ferroviaria argentina, con inversión de capital británico, francés y argentino. No supimos ni siquiera mantener y actualizar esta columna vertebral que nos hubiera permitido un próspero y armonioso desarrollo de nuestro país.
Si hubiéramos apostado por un federalismo en serio, hoy podríamos permitir el ingreso a nuestro país de todos los migrantes decentes del amplio mundo y nos sobraría espacio porque en su gran mayoría Argentina es un desierto.
Pero no, un ex presidente peronista que Dios los tenga y mantenga en la gloria dijo: “Ramal que para, ramal que cierra”…un prócer; y su por entonces vicepresidente Carlos Ruckauf, el cual vivió toda su vida de la política, lo tenemos que soportar ahora mismo, como un experto en política exterior, hablando de la intrincada situación de medio Oriente, entre Sunitas y Chiítas, habiendo dejado a un pueblo que piensa que el Gran cañón del Colorado es un arma que perteneció a un señor pelirrojo.
En fin, renegar no es conveniente para la salud, pero estas cosas es necesario decirlas.

Cordial saludo

Basurillas
Basurillas
9 ddís hace
Responder a  Francisco Brun

¡Ah! ¿Hablaba de Argentina? Somos hermanos hasta en el empecinamiento de autoflagenarnos y de considerarnos los eternos protagonistas de un tango triste o unas tristes seguiriyas. Otros países, anglosajones en especial, se guardan los lamentos debajo de las alfombras y sólo los conocen ellos. ¡Ánimo Argentina, Ánimo España!

Ricarrob
Ricarrob
9 ddís hace
Responder a  Francisco Brun

Sr. Brun, quizás y sin quizás, los latinos tenemos la fea costumbre de denostar nuestro propio paìs, cosa que, como dice el sr. B., no se da en los anglosajones. Nunca ha estado alta nuestra estima. Es una pena.

Argentina es un excelente país y un país de hermanos. Yo nunca ha cruzado el charco pero si lo hiciera, no elegirìa el Imperio para hacerlo y sí Argentina u otro país por debajo del rìo Grande.

Lo mismo en Europa. Nunca he visitado las británicas islas pero si Europa central, Francia, Italia, Grecia, Eslovaquia, Croacia, etc. Nunca visitaré un lugar que, en los aeropuertos, a la llegada, dividen a las personas en etnias.

Los latinos tenemos muchas cosas de las qué sentirnos orgullosos. Muchas. Sobre todo de nuestra común cultura. Es lo que pienso.

Un saludo.

Francisco Brun
8 ddís hace
Responder a  Ricarrob

Mucha razón tiene usted señor Ricarrob, somos quejumbrosos pero con razon; hoy en Argentina más de la mitad de los argentinos son pobres, ¡más de la mitad!, trabajando se es pobre… en un país que sin ser presumido podría ser un vergel con los estándares de vida más altos del mundo; y en cambio todavía tenemos que soportar escuchar a personajes que siguen hablando en los medios habiendo sido los principales responsables de nuestro fracaso colectivo.
Por esto, no entendemos al Papa Francisco, nuestro compatriota, sacándose fotos con estos sinvergüenzas; es algo inaudito que el Santo Padre reciba a esta manga de impresentables que en su puta vida trabajaron, estudiaron o pagaron una quincena.
Perdone usted señor Ricarrob, pero la injusticia es algo que altera los ánimos.

Cordial saludo

David Sepúlveda Pérez
David Sepúlveda Pérez
10 ddís hace

«Cuando París estornuda, Europa se resfría» («Quand Paris s’enrhume, l’Europe prend froid»), dijo Metternich a propósito de este periodo.