Sobre la Segunda Guerra Mundial hay infinidad de libros y películas, y supongo que ustedes las conocen mejor que yo; así que no me engolfaré en los detalles. Limitémonos a recordar que el planeta ardió de cabo a rabo (Japón, aliado de Alemania e Italia, fue quien se encargó del desparrame en Asia y el Pacífico) y que el pifostio desarrollado entre 1939 y 1945 puede considerarse en tres fases. La primera se caracterizó por la iniciativa alemana, fulminante al principio en la llamada blitzkrieg o guerra relámpago (su único gran fracaso fue el intento de dominar a Inglaterra), acabó por extenderse desde Europa al resto del mundo e incluyó la entrada en la guerra, en el bando que acabó llamándose aliado, de la Unión Soviética y de los Estados Unidos. La segunda etapa, entre 1941 y comienzos de 1943 (derrota alemana en Stalingrado), fue un indeciso vaivén por tierra, mar y aire. Y la tercera se caracterizó por las potencias del Eje defendiéndose como gato panza arriba (unas más que otras) y las ofensivas aliadas (desembarcos en Italia y Francia, avance soviético en el este) que acabaron con la invasión de Alemania, la caída de Berlín, el suicidio de Hitler, la ejecución de Mussolini y dos bombas atómicas, pumba y pumba, que finiquitaron la guerra que aún coleaba en el Pacífico. Pero, asuntos militares aparte, lo que caracterizó esa carnicería bestial fueron el odio étnico, la paranoia racista y el nacionalismo fanático. Eso afectó a todo el continente, pero fue especialmente horrible en la Europa central y oriental, donde las atrocidades llegaron a extremos nunca vistos. Desaparecieron los más elementales principios de humanidad, resumió el historiador Ian Kershaw. Y es exacto: jamás en la Historia (donde nunca faltaron ejemplos) la población civil había sido maltratada como lo fue en esos siniestros años: bombardeos, desplazamientos, trabajos forzados, represalias, ejecuciones, campos de concentración y de exterminio. La hijoputez (siempre enorme, siempre despiadada) de la que es capaz el ser humano cuando se le dan los medios y el ambiente para ejercerla brilló en todo su esplendor con Alemania como director de orquesta, pero con los aliados tocando su propia música. Pueblos enteros fueron arrasados y asesinados sus habitantes, 300.000 degenerados raciales y enfermos mentales se vieron liquidados para preservar la pureza de la raza aria y seis millones de judíos, que se dice pronto, pasaron por las cámaras de gas o el tiro en la nuca. Pero tampoco los otros fueron con flores a María. La Unión Soviética (que sufrió más que nadie en el conflicto, con dos millones de soldados muertos, sin contar a la población civil) se tomó la revancha con creces; y Stalin, aparte las purgas internas para mantener su poder, impuso un régimen de terror en los países de la Europa oriental a medida que iba conquistándolos el Ejército Rojo (añadamos el 20% de mujeres de todas las edades violadas por soldados soviéticos, sobre todo en Alemania), tras haberse desayunado, ya en 1940, con la ejecución de 22.000 jefes y oficiales del ejército polaco (las fosas de Katyn). Tampoco los aliados occidentales fueron chicos ejemplares, pues, aunque como buenos de la película guardaban con más rigor las formas, eso no les impidió (Hiroshima y Nagasaki aparte) matar de golpe a 25.000 hombres, mujeres y niños alemanes en los bombardeos de Dresde (febrero de 1945) y hacer, en esta última fase de la guerra, medio millón de muertos y casi un millón de heridos en despiadados ataques aéreos que arrasaron Alemania, dejaron sin hogar a cinco millones de civiles y mataron de hambre y frío a medio millón. Sin embargo, poniendo las cosas en su sitio, debemos reconocer que ninguna de las innumerables atrocidades de esa guerra fue tan enorme, tan asombrosa por su fría crueldad, como el intento de exterminio de la raza judía llevado a cabo con la habitual eficiencia germánica, capaz de fabricar lo mismo un Volkswagen o un Mercedes estupendos que un horno crematorio de altas prestaciones. Los seis millones de judíos no palmaron solos, sino que fueron víctimas de una cadena industrial de exterminio, de una solución final fríamente planificada por los jerarcas del III Reich que desencadenó en toda Europa una oleada de deportaciones y asesinatos en dos modalidades: la selección natural (muerte lenta por hambre y enfermedades en los campos de concentración) y la selección técnica (muerte inmediata en las cámaras de gas). Todo eso, claro, a la vista cómplice o pasiva de una población alemana que luego, a la hora de rendir cuentas, aseguró que nunca supo de qué era la ceniza que le tiznaba la ropa tendida a secar. Como bien resumió Willy Wilder en la película Uno, dos, tres: «No sé quién es ese Adolf del que usted me habla».
[Continuará].
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Publicado el 5 de diciembre de 2025 en XL Semanal.
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Excelente artículo don Arturo. Leerás estos temas de la IIGM una y otra vez y siempre te dejan con el cuerpo, la mente y, sobre todo, el espíritu como unos zorros. Si no eres de piedra, claro.
El “no sé quién es ese del que me habla…” es siempre el recurso de la gente infame. Es el recurso desde la época de las cavernas. Viejo como el mundo. ¿No les suena a ustedes esto de hoy mismo, de los aciagos días que nos ha tocado vivir? No conozco a ese acosador, a ese corrupto, a ese… Pero las fotos, los documentales, están ahí, sin compasión.
En el caso de Alemania, nadie, absolutamente nadie, sabía nada. Pero los documentales de la época están ahí. Miles de personas, incluso cientos de miles, alemanes todos ellos, llenaban hasta la bandera los eventos de aquel fulano del bigotito y el flequillo al bies. Y escuchaban embelesados sus incendiarias soflamas, y se las creían. Nadie vio desaparecer a sus vecinos de siempre, nadie vio romper los cristales de las tiendas, nadie vio a esas personas con una estrella amarilla cosida a sus ropas, nadie vio… Nadie vio nada.
Ideologías. No hay ninguna buena. Todas uniformizan, lavan el cerebro, reprograman a las personas para no serlo, no ser personas. Todos los “ismos”. con sus símbolos, sus canciones, sus banderas, su parafernalia logotípica para destacar a los suyos. Con sus relatos.
Luego, cuando llega el hundimiento, nadie sabía nada, nadie conocía al fulano de turno, el yo sólo pasaba por allí se hace común. Como se dice ahora, se hace viral. “Yo no… “.
Pero también hubo quien se resistió. Alemanes, aunque pocos, que no tragaron, que no les hicieron comulgar con las manidas ruedas de molino, que tuvieron que ocultarse o exiliarse para evitar ser represaliados. Que no se dejaron arrastrar. Que no se creyeron los “relatos”.
Volvemos hoy a esos viejos temas. Represaliados. Mi más profundo homenaje a esa mujer valiente, premio Nobel de la paz, que, por sus ideas, ha tenido que esconderse y salir de su país escondida para intentar acudir a Oslo. Perseguida por el totalitarismo zapamaduro.
El totalitarismo. El fanatismo. Los relatos. No lo conozco. Yo sólo pasaba por allí…
Saludos a todos.
Probablemente del tema que más sé, es aquel del que menos me apetece comentar algo, tal fue su increible bestialidad. Y además, como diría algún humorista ¿y todo esto “pa” qué? Para nada: ni el mundo fue mejor a partir de entonces, ni los ricos fueron menos codiciosos, ni se dejó de asesinar a espuertas a inocentes, ni se construyó una sociedad más justa donde la violencia y el horror fueran erradicados, ni el miedo abandonó la existencia para siempre. Tal vez fue lo contrario, como una admonición o advertencia a todo el universo: ya no hay lugar a dudas, ya sabéis de que somos capaces los humanos…
Concentrados y exterminados
¿Tifus y disentería
No aparecen? ¿De verdad?
Todavía no me explico
Cómo murió Ana Frank.
Bueno, tampoco eso importa,
Pues también es muy extraño
Que usase esa niña docta
Un bolígrafo en su diario.
No niego ese genocidio,
Porque es un hecho real,
Mas lo otro, por principios,
Debe de aclararse ya.
Es responsable, seguro,
La hipocresía racista
Que encerró en el cuarto oscuro
Al delirio sionista.
Pero murieron de tifus,
De hambre, disentería…
Despreciados, como un virus,
Por esa gente asesina.
Ese el crimen señores,
Ya está bien de tanto invento,
Otros, que se creen mejores,
Lo mismo hicieron y es cierto.
Campos de concentración
También tuvieron, no miento,
Y es un eufemismo atroz
Llamarlos de “internamiento”.
Si la piel era amarilla
Y el rostro de ojos rasgados
Les leían la cartilla
Por Hirohito y Perl Harbor.
Por supuesto que allí no
Murieron miles a cientos,
Hubiese sido peor
Porque no habría argumentos.
Un país que fabricó
Las armas, equipamiento…
Y también alimentó
A sus aliados, por cierto,
No puede dejar morir
De hambre, con sufrimiento,
A quien “invitó” a ir
A ese “feliz campamento”.*
*(Entre otras cosas por ser
Ciudadanos con derechos
Que no tenían que ver
Con delitos ni cohechos.
Al igual que así acontece
Con judíos alemanes,
Polacos, checos, franceses…
Víctimas de estos desmanes)
Mayor reconocimiento
Haríamos a esta gente
Si no seguimos el cuento
De tanto falso indecente.
Los judíos padecieron
Persecución miserable,
Pero mentir con los hechos
Me parece deleznable.
Y utilizar ese drama
Para otros fines espurios
Es la muestra que proclama
Que el sionismo es muy sucio.
¿Y cuál es la verdad, según usted? Déjese de indirectas con versitos forzados e ilústrenos
La verdad está muy clara señora, lea esos versos que critica tanto y si no muestre pruebas en contrario.
Saludos
Es decir, los 6 millones de judíos solo murieron de hambre, tifus y disentería, no por el zykon b de las cámaras de gas, ni por las palizas de los SS, ni por la programada “solución final”…
Y por cierto, tan patriota que dice ser usted en anteriores comentarios suyos a los que he podido tener acceso, en Mauthausen y Gusen (llamado el campo de los españoles), murieron más de 7000 de los suyos, vilmente obviados por Franco, cuando el III Reich le pidió qué hacer con ellos y éste respondió “no hay españoles fuera de España, hagan ustedes lo que más les convenga”.
Si hace usted el favor de ilustrarme sobre la causa de la muerte de los 7000 que usted menciona se lo agradeceré, a pesar de su nick, de todas formas le informo a usted y a los censores que una intoxicación por plomo debió de ser la causa por la que sí murieron una cantidad parecida de españoles y sin ir tan lejos.
Saludos y viva la libertad de expresión.
Pues según algunos supervivientes (Francesc Boix, por ejemplo, testificó y aportó pruebas gracias a sus fotografías, en los juicios de Nuremberg), y algunos oficiales del ejército norteamericano que liberaron el campo (“Los antifascistas españoles saludan a las fuerzas libertadoras”, ¿le suena?), allí se mataba sistemáticamente de hambre, frío, condiciones esclavistas en la cantera (“las escaleras de la muerte”, ¿le suena?), prácticas inhumanas, enfermedades varias, palizas de los guardas, “caídas” por el “muro del paracaidista” (¿también le suena?), hipotermia por duchas heladas, tiroteos y fusilamiemtos masivos, experimentos médicos, sangrado, ahorcamiento, y por supuesto, en las cámaras de gas.
Por cierto, doble desprecio del franquismo a los supervivientes españoles: con el citado “no hay españoles fuera de España” para mandarlos a Mauthausen, y al prohibirles después la repatriación a su tierra por haber sido desnaturalizados (de ahí el triangulo azul de apátridas en su rayado uniforme, y la S de “Spaniard”).
El asesinato masivo y la tortura en los campos de concentración está documentada, demostrada y superada, a pesar de que determimados iluminados se empeñen, al igual que los terraplanistas o los antivacunas, en negar lo que para cualquier mente normal, independientemente de su sesgo ideológico, está fuera de todo debate.
Si es un usted un negacionista del holocausto (no solo judío), y de cómo se preparó la sistemática aniquilación de cualquier enemigo o estorbo al Reich y a sus aliados, ni siquiera le recomiendo que lea; simplemente, le compadezco.
Genial como siempre, D Arturo, esa ironía del que no escapa ni el “médico chino” y yo diría los experimentos japoneses en ciudadanos de ese país, la “cagástrofe” como resumió un compatriota. Ud. lo dijo más fino…… Quien es ese hp? Gracias
La Segunda Guerra Mundial fue el más absurdo teatro de sangre, destrucción y radicalismo que jamás haya conocido la humanidad.
Y todo por querer matar moscas a cañonazos y por querer negar la evidencia: quisieron evitar la propagación del volchevismo propalando ideologías como el nazismo alemán, el fascismo italiano y todos sus criaturas subsidiarias que crecieron a lo largo y ancho del continente (El franquismo aquí en España, los mini fascismos belga y noruegos de De Grelle y Vidkun Quisling, los ustacha croatas, el banderismo ucraniano, los profascistas en Rumanía, Hungría, Bulgaria, etc, etc)…
Sin embargo, en la posguerra, tras la carnicería, encontraron la solución a ese “qué viene el Coco”, con el estado de bienestar y la reconstrucción de las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta (Ya podía haberles dado por montarlo décadasantes). Tras los ochenta, el oso comunista se vino abajo y en los noventa comenzaron a desmontar ese estado del bienestar que habían construido tan bien para ahuyentar al ogro. Ya podían volver a mostrarse tal cual eran.
¿Y sabe lo peor de todo? No hemos aprendido nada. Eso sí; ahora hay redes sociales. ¡SOCORRO!.
Saludos.
Un resumen espeluznante de las atrocidades… Parece que cuando Dios nos expulsó del Paraíso, no dijo: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, sino “Matarás al prójimo por siempre jamás”. ¿Es consustancial al ser humano?
Yo creo que hay media docena de genes por ahí dando por saco, desde el mono tirando al aire el hueso en 2001 odisea del espacio; y que si los genetistas del futuro los extirpasen para siempre jamás íbamos a ser una de las especies más iluminadas de todo el universo universal. Con temas e historias como las del artículo de esta semana dan ganas de gritar hasta quedarse ronco: me cagüen el libre albedrío ese.
Excelente don Arturo! Ojalá podamos mantener la memoria…
Esperaba desde hace varios capítulos este episodio de la historia reciente para ver si, además de los judíos, se citaba de otras minorías que también sufrieron el horror y la barbarie nazi por el mero hecho de nacer en un país “equivocado”, tener una tendencia sexual distinta o unas creencias religiosas diferentes. Pero no, Pérez Reverte se ha limitado a lo obvio, que no es poco, de citar a los judíos. Hubiera estado bien, a mí opinión seguramente equivocada, de darle su lugar a esas otras minorías
Aplaudo la referencia a los crímenes de los “buenos” y de los “malos”. La historia y la distancia temporal están para conocer y entender. Juzgar es cosa de cada uno, de sus prejuicios, taras, sesgos, filias y fobias.
Estoy bastante saturado del llamado Holocausto, no porque no crea en los crímenes atroces cometidos contra seres inocentes de credo judío, sino porque se oscurece que hubo otros crímenes y otras víctimas a las que jamás se presta atención. El intento de borrar del mapa al pueblo polaco, por ejemplo, eliminando a sus élites intelectuales (oficiales, titulados universitarios, sacerdotes) fue ensayado tanto por Hitler como por Stalin (murieron más millones de polacos que de alemanes).
En medio de toda esa barbarie, hay que recordar a esas minorías de personas que resistieron a la tiranía y dieron su vida por su querida Alemania y por el prójimo. Porque si muchos alemanes siguieron a Hitler, también hubo un almirante Canaris, un conde Stauffenberg, un círculo de Kreisau y una ‘Rosa Blanca’, un obispo Von Galen, unos hermanos Scholl, etc.
“Sobre la Segunda Guerra Mundial hay infinidad de libros y películas, y supongo que ustedes las conocen mejor que yo;”
A nadie le cae bien la falsa modestia, y mucho menos a voacé. Pocos escritores saben tanto de historia, novelas y libros de la Segunda Guerra Mundial como su persona.