La guerra de España, de la que se ha escrito y hablado lo suficiente (incluso yo mismo) para que no tengamos que extendernos aquí en ella, empezó con un golpe militar de derechas para solventar la papeleta en pocos días (era la idea de los jefes y oficiales que liaron la pajarraca), pero el cuartelazo se vio frente a una enérgica reacción gubernamental y popular, y parte del Ejército y de la Guardia Civil se mantuvieron fieles a la República. Todo se les fue de las manos a unos y a otros: la sublevación propiamente dicha fracasó en gran parte del territorio, pero tampoco pudo ser sofocada. Miles de españoles (unos voluntarios y otros a la fuerza, según donde les pilló) tomaron partido por uno u otro bando, hablaron los fusiles y España quedó dividida en dos zonas, llamadas nacional y roja. Con los partidos de izquierda enfrentados entre ellos, la República había sido y seguía siendo un caos (Pruebe usted a gobernar con imbéciles, escribiría el presidente Azaña). Temiendo que la injerencia y la ayuda soviética facilitasen la llegada al poder de los comunistas, que aunque pocos al principio eran los mejor organizados, y a los que el conflicto hacía cada vez más fuertes, Hitler y Mussolini apoyaron abiertamente a los nacionales (también Portugal lo hizo), a cuya cabeza se había situado el general Franco (un prestigioso, ambiguo, frío y cruel veterano de las guerras de Marruecos). Muy al estilo español, pues aquí en todo tumulto prospera cualquier vileza, las atrocidades en ambas retaguardias fueron innumerables, con ajustes de cuentas, detenciones, torturas y fusilamientos. Para justificar el terror de rojos y azules, la izquierda enarbolaba la bandera demócrata y antifascista, y la derecha pregonaba una cruzada contra el ateísmo, el separatismo y el comunismo. En cuanto a los combates de verdad, en los frentes de batalla se sucedieron episodios de extrema dureza (el Jarama, Belchite, Teruel, el Ebro), y en contraste con la siniestra canallada de las retaguardias, en el cara a cara de asaltos y trincheras hubo admirables ejemplos de tenacidad y valor por ambas partes. Aquella sangrienta desgracia duró tres años, devastó España, empujó a muchos al exilio y arruinó millones de vidas. Temiendo una europeización del conflicto, con la esperanza de que los contendientes se agotaran pronto, las democracias occidentales mantuvieron una política oficial de no intervención que los contendientes y sus aliados se pasaron por la bisectriz: la Alemania nazi y la Italia fascista enviaron material y tropas, y la Unión Soviética hizo lo mismo, aunque de forma calculada y con más disimulo, cobrándoselo con el oro del Banco de España (ya metido en faena, Stalin ordenó eliminar a buena parte de la izquierda española que no era partidaria suya, sobre todo trotskistas y anarquistas). La guerra civil sirvió también para que todos aquellos hijos de la grandísima puta, o sea, Hitler, Mussolini, Stalin y algún otro, ensayaran con nosotros armas y tácticas que pronto serían útiles en la guerra mundial que se anunciaba en el horizonte, como los bombardeos (Guernica, Cartagena, Barcelona, Madrid) para machacar no sólo a los militares enemigos, sino también a la población civil. Pero sobre todo, y eso fue lo más inquietante, sirvió para que Hitler tomara el pulso a las democracias europeas (como está haciendo Putin ahora) y comprobase que eran unos pichaflojas dispuestos a tragarse lo que fuera con tal de evitar un choque serio. Otro aspecto interesante del asunto (aunque no del todo nuevo, recordemos a Lord Byron en Grecia o a Dumas con Garibaldi) fue la implicación o el compromiso de intelectuales potentes. Ayudar a la España republicana, escribir o informar sobre ella se puso de moda, y por aquí se dejaron caer Malraux, Hemingway, Orwell, Koestler y muchos otros, unos para pasearse en plan turista, tomar copas y hacerse fotos, y otros a pegar tiros (como la gente de las Brigadas Internacionales) o jugársela de verdad como Robert Capa y Gerda Taro. Tres grandes autores contaron su experiencia en libros que describen aquella España con ojos extranjeros: Ernest Hemingway (Por quién doblan las campanas), George Orwell, que fue soldado (Homenaje a Cataluña), y André Malraux, que organizó una escuadrilla de combate (L’Espoir). Aunque, metidos en faena lectora, más recomendables son las visiones españolas del asunto. En una buena biblioteca sobre nuestra guerra civil no pueden faltar, por el lado republicano, A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales (su magnífico prólogo explica la tragedia mejor que mil páginas), La forja de un rebelde, de Arturo Barea, Contraataque, de Ramón J. Sender, y Crónica del alba, del mismo autor. Y del otro lado, entre otras, la extraordinaria Madrid, de corte a cheka, de Agustín de Foxá, y La fiel infantería, de Rafael García Serrano.
[Continuará].
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Publicado el 7 de noviembre de 2025 en XL Semanal.
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Efectivamente, don Arturo, ya se ha escrito todo sobre este tema y hay donde elegir, tanto a nivel profesional; historia, como a nivel de ficción real: novela.
Me quedo con su frase: “Muy al estilo español, pues aquí en todo tumulto prospera cualquier vileza… “. Y añado: entonces, ahora y siempre.
Mis pobres palabras solamente se las quiero dedicar en esta ocasión a todos aquellos viles, a los de corazón de piedra, a los dogmáticos e ideólogos del infierno, a todos ellos, a todos ellos… por querer repetir de nuevo el horror. A los revanchistas, a los guerracivilistas, a los anclados y congelados en el tiempo.
Si, cualquier vileza prospera.
Saludos a todos.
“Muy al estilo español, pues aquí cualquier tumulto prospera en cualquier vileza”… Si comparamos con cifras los desmanes de cualquier guerra civil europea de la primera mitad del siglo, la española no es de las peores. La guerra civil rusa, la turca o la guerra civil yugoslava de 1941 a 1945 fueron mucho más mortíferas y salvajes. Incluso la guerra civil de la hoy modélica Finlandia tuvo un porcentaje de ejecuciones mayor que el de la guerra civil española. Lo que pasa es que a los españoles les encanta considerarse la peor escoria del mundo. Es una postura muy comoda: se echa la culpa a la idiosincrasia española y ya no hace falta hacer un análisis riguroso ni ponerse las pilas sobre otros problemas más actuales. Además, quedamos como gente con un gran espíritu crítico y tal, sin demasiado esfuerzo.
En toda investigación criminal, los detectives siempre se preguntan ¿a quién beneficia el delito? Ahí se suelen encontrar las pistas necesarias para señalar y localizar al tramposo, al amigo de lo ajeno, al apandador. Al que robó el cetro de Ottokar…o lo pretende.
Bueno, don Arturo, se me olvidaba. Ya que usted lo menciona, remarcar qu su “Línea de fuego” es una de sus excepcionales novelas. Se posiciona usted en ella, mejor dicho, no se posiciona usted de ninguna forma, en la mitad de la línea, como todo buen héroe, recibiendo los disparos de los tirios y los Troyanos. En mi opinión, está usted entre los grandes libros que ha mencionado en su escrito. La recomiendo. Es una de las mejores.
Porque, no hay ocupación más estúpida, de cretinos, que intentar cambiar el pasado, sobre todo reproduciendolo en el presente y en el futuro. Cambiar el pasado…
Quizás tampoco podamos cambiar el futuro pero es necesario intentarlo, con esperanza, no con rencor, ira, odio..
Muy de acuerdo: “Línea de Fuego” es la mejor novela de guerra en las trincheras, en la primera línea, allí “donde las papas queman” (Como decimos en Chile) y merece estar en esa selecta lista que hace don Arturo.
Temía que llegaríamos a la dichosa y puñetera guerra civil. ¡Qué le vamos a hacer!. Pues, ¿sabe qué? Me niego en rotundo a comentar nada al respecto. Ya todos los días nos dan suficientemente la matraca con la guerra civil de marras, ahora con el cincuenta aniversario de la muerte del insigne, mañana con nosequé. ¡Qué pesados con la guerra civil, por Dios!
¡Basta! ¡Me niego!
Ahí les dejo con su dichosa y puñetera guerra civil.
Hasta la semana que viene.
Saludos.
Y lo peor de esa guerra es que perviven y medran en su recuerdo los que quieren revivirla para provecho personal o del partidito. ¿A qué seguir escarbando en la mi+r+a, si no queda ya casi ningún testigo o protagonista vivo, y los chicos de ahora, pendientes solo de los likes, ni saben que hubo una guerra?
En un buen número de obras referidas a la guerra “incivil” española y a la segunda guerra mundial, se plantean los sucesos en nuestro país entre 1936 y 1939 como un trágico ensayo de lo que habría de ocurrir en todo el mundo unos meses después. Por eso, de este comentario semanal de don Arturo resalto en especial esta frase aleccionadora y profética: “Pero sobre todo, y eso fue lo más inquietante, sirvió para que Hitler tomara el pulso a las democracias europeas (como está haciendo Putin ahora) y comprobase que eran unos pichaflojas dispuestos a tragarse lo que fuera con tal de evitar un choque serio”.
Las democracias son lentas en sus decisiones, cobardes muchas veces y mentirosas y suspicaces en otras tantas. Y siempre olvidadizas con la historia que es uno de los instrumentos más importantes, junto a la educación en general, para evitar repetir los errores del pasado. Y muchas veces la intentan utilizar para, a su coveniencia, transformar lo blanco en negro y viceversa. El presente está lleno de tristes y evidentes ejemplos.
El problema es que nadie quiere mandar a sus hijos a la guerra y menos en una democracia. A los dictadores no les importa nada si creen que les conviene.
Por eso hay que eliminarlos de raiz, a las primeras de cambio. Algo expeditivo, rápido y multinacional, que sólo tenga en cuenta la proporción entre la pérdida, si no queda otro remedio, de una vida malvada y una ingente mayoría de ciudadanos en riesgo de muerte injusta.
Si de malparidos y dictadores se trata, no en balde mi tocayo el generalísimo era cumbila de Castro y por lo bajini se entendían de maravilla, gracias Maestro
Ya que usted lo menciona, don Francisco, poca gente recuerda estas cosas, Castro y Franco se respetaban y colaboraban mutuamente y el Che visitó España varias veces, la primera en 1959, que causó bastante sensación por lo mítico que ya entonces era el personaje. Era yo pequeño pero recuerdo esto. Hay fotos antiguas en las que está con su uniforme verde oliva y sus botas paseando por Madrid.
Cuando hay intereses, las posturas ideológicas irreconciliables se dejan de lado. Son las miserias de la política.
Saludos.
Respecto al comienzo de la guerra
Seré breve y, por supuesto, nada satírico, jamás lo sería en un drama nacional de este calibre.
Ese “prestigioso, ambiguo, frío y cruel veterano de las guerras de Marruecos”, como usted lo denomina, advirtió por carta a su paisano Casares Quiroga, Presidente del Gobierno, un mes antes del estallido del conflicto, que la situación del país se estaba volviendo insostenible y eso exacerbaba los ánimos entre sus compañeros militares. Quizá lo hizo a la gallega, pero creo que a buen entendedor pocas palabras bastan.
Lejos de tratar de enderezar el rumbo, el gobierno, supeditado siempre a la voluntad del caballero que decía “pruebe usted a gobernar con imbéciles”, hizo lo que mejor sabía hacer, una solemne imbecilidad:
Seguir creyendo que controlaría las masas de anarquistas, socialistas y comunistas * cuando, en puridad, sólo era su esclavo, como se demostraría más tarde.
*(Comunistas, que no eran tan pocos como usted afirma, oficialmente igual sí pero, en la realidad, controlaban las juventudes socialistas unificadas, verdadera fuerza efectiva en la calle)
Los militares REPUBLICANOS que planearon el golpe, lo hicieron contra el Frente Popular, habrá que volver a repetirlo porque parece que no queda claro, y, el comienzo de las trifulcas sanguinarias, que nunca tuvo intención de controlar ese nefasto gobierno, no fue el asesinato del Teniente de la Guardia de Asalto Castillo, ese crimen fue un ajuste de cuentas por otro anterior y por los altercados, con muertos, que se produjeron en el entierro.
Efectivamente, los revolucionarios, con la inacción del gobierno, provocaron el desastre.
El magnicidio de Calvo Sotelo, ejecutado por los compañeros de Castillo que buscaban venganza y no la encontraron en otros políticos al no hallarse éstos en sus domicilios, sólo pudo ser la gota que colmó el vaso de la paciencia de Franco, alguien que era un actor secundario pero que terminó siendo protagonista, porque parece ser el motivo que hizo que definitivamente se uniese a la conjura que otros planificaron.
Eso es lo que pasó, le pese a quien le pese. La actuación criticable de Franco vendrá después, nunca antes del golpe.
Espero mucho color rojo en la valoración, así, si lo leen, aprenderán algo de historia.
Saludos.
Tal cual: dicho y repetido mil veces hoy en día, fuimos de los primeros en avisar que Ucrania en 2022 es lo que fue España en 1936.
Difícil decir más en menos. Enorme!!!
Sr Pérez Reverte:
Nuestra Guerra Civil nunca fue estudiada en los colegios, y en las casas de mi pueblo no se hablaba de ella más que en pequeñas anécdotas.
Mi abuela perdió un sobrino, al que crió cuando faltó su madre, en la batalla del Ebro, mi querido tío paterno con 18 años, fue reclutado por los rojos, capturado por los nacionales tuvo que volver al frente y algunos episodios de requisas de alimentos por parte de falangistas es todo lo que sé de la contienda.
Si hubiéramos tenido un Hollywood se habrían podido hacer muchas películas, pero ya se sabe que hace falta mucho dinero, aunque algunas españolas merecen la pena como “La vaquilla”.
Como siempre su relato muy ameno e ilustrativo .
Julia.
“La Vaquilla” es una magnífica mirada española a una guerra española, por españoles y donde todo el mundo metió la cuchara.
Para los cubanos no fanáticos, siempre es un placer enorme leer textos sin maniqueísmos como este, como los que Pérez-Reverte escribe siempre.