En la carnicería internacional que entre 1914 y 1918 ensangrentó Europa hubo héroes y villanos; pero muchos de esos villanos estuvieron calentitos en la retaguardia. Forrándose, además. La desgracia de millones de seres humanos siempre acaba, por inevitable ley histórica, beneficiando a otros cientos, o a otros miles. Y ésta no fue una excepción: guerra económica, economía de guerra, necesidad de productos industriales y materias primas (en España, país neutral, se hicieron buenos negocios gracias al conflicto). Un paisaje ideal para empresarios avispados en quienes las banderas no eran sino pretextos o cuando convenía resultaban inexistentes. Industriales alemanes, en pleno conflicto, vendían a través de países neutrales (como Suiza, parásito beneficiado de todas las guerras del siglo XX) obuses y material de acero a sus enemigos franceses e italianos; e industriales británicos, mediante el mismo sistema (vía Dinamarca y Holanda, en su caso) vendían a Alemania cemento, níquel, copra y soja. Así, alimentada y prolongada por esa enorme cantidad de hijos de puta, la Gran Guerra seguía su curso hasta el agotamiento mutuo: trincheras, miseria, motines de soldados (reprimidos con fusilamientos masivos), ciudades arrasadas, gases tóxicos, nuevas armas como tanques y aviones, etcétera. La superioridad naval de los aliados acabó por imponerse gracias al poderío de la Armada británica, que bloqueó las rutas comerciales de la economía alemana a partir de la batalla de Jutlandia (1916). Respondieron los del káiser con la guerra submarina contra todo barco civil enemigo que se topaban, incluso contra mercantes neutrales que transportaban mercancías a puertos aliados, hundiendo millón y medio de toneladas en sólo tres meses (sobre ese asunto recomiendo ver Mar de fondo, una de las primeras películas de John Ford). Pero el caso fue que a los boches les salió el torpedo por la popa, pues la guerra submarina (acordémonos del transatlántico Lusitania) además de meter a Estados Unidos en la guerra, secundado por varios países hispanoamericanos, hizo que norteamericanos y británicos aumentasen su producción naval. A finales de 1917 los alemanes ya habían perdido el mar y estaban exhaustos en tierra. Para entonces, el balance de unos y otros era aterrador (sólo Francia, por mencionar a un contendiente, tenía millón y medio de muertos y tres millones de heridos). Pero es que, además, Europa se había derrumbado económicamente, perdido los mercados internacionales, devastado sus propias regiones industriales y arruinado las finanzas públicas. Aquello podía considerarse, en palabras del papa Benedicto XV, un suicidio de la Europa civilizada. El Viejo Continente abdicaba de su prestigio y su hegemonía mundial y pasaba, qué remedio, el testigo a los jóvenes y ambiciosos Estados Unidos; que a partir de entonces pesaron cada vez más en el concierto internacional. Puestos a buscar algún consuelo, las únicas consecuencias positivas de la guerra provinieron, paradójicamente, de sus peores horrores. El movimiento pacifista tuvo desde entonces carácter amplio y solidez intelectual. Por otra parte, impulsada por las necesidades bélicas, la tecnología en general alcanzó (no siempre para bien, naturalmente) cotas insospechadas. Además, los efectos de las armas químicas, las explosiones, las heridas, la gangrena, el tifus y el cólera de las trincheras dieron lugar a extraordinarios progresos en medicina: hospitales de guerra, radiología, cirugía, técnicas de amputación, cirugía plástica, antisépticos y vacunas. De cualquier modo, se mire por donde se mire, la Primera Guerra Mundial (que hoy parece olvidada en relación con la Segunda) tuvo la importancia capital de marcar la línea entre el final de un mundo y el comienzo de otro. No todos habían sido felices en aquella Europa (la emigración masiva demostró que mucha gente quería escapar de ella), pero es cierto que el mundo de ayer (en palabras de Stefan Zweig), la idea de progreso y felicidad, la Europa burguesa, confortable y admirada del mundo, aquella certeza superior de sí misma procedente de la antigüedad clásica, la latinidad medieval y la Ilustración, agonizaba sin remedio. Nuestra confianza en lo permanente ha desaparecido, escribió el historiador británico Trevelyan; pero el escritor francés Paul Valéry lo definió aún mejor: Nosotros, las civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales. Y no hay verdad europea tan cierta como ésa; pues mientras se apagaba el tronar de los cañones, el horizonte crujía con ruido de botas de las nuevas falanges del orden negro y del orden rojo. La paz de 1918 no iba a ser sino una tregua. Un aplazamiento.
[Continuará].
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Publicado el 18 de julio de 2025 en XL Semanal.
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Quizás mirándolo con perspectiva, con una perspectiva muy amplia, Europa estuvo haciendo, en esta IGM, lo que había hecho siempre. Realmente Europa no había dejado nunca de estar en guerra, no había dejado transcurrir un solo siglo sin ella, desde… siempre.
Los europeos hemos estado matándonos unos a otros desde que salimos de las cavernas o antes. Quizás nunca ha existido un territorio más disputado en toda la historia. Si exceptuamos lo anterior a la Grecia Clásica, quizás el mayor punto de salida fue la guerra del Peloponeso ya que Troya se ubicaba en Asia.
Realmente, en esta larga historia europea con la que nos está deleitando don Arturo, nunca han faltado conflictos, de uno contra uno o de todos contra todos.
La IGM y también la IIGM solamente han sido culminaciones orgiásticas de ese impulso asesino de eliminar al contrario o sojuzgarle y arrebatarle lo que tiene.
Así seguimos…
Saludos a todos.
Esta semana no estoy muy inspirado (quizás no lo estoy nunca, pero si digo esto quedo muy bien y me animo yo solito).
Hay más factores intervinientes. La economía capitalista y sus ciclos. Aunque Marx no inventó los ciclos económicos, se refiere a ellos y quizás es de las contadas cosas en las que llevaba razón. El sistema es deficiente y el 2008 lo demuestra cuando creíamos (nos habían engañado) que ya no habría ciclos y que era el final de la historia, durante los felices noventa y principios del dos mil. Craso error. El sistema es deficiente y, tal como esta montado, con su ley de oferta y demanda y su mercado libre (que sea libre no se lo tragan ni los tiburones), trae consigo graves crisis con desempleo, pobreza (más todavía), etc.
Los grandes capitalistas, cuando llega una de estas crisis, necesitan reactivar la economía, seguir ganando ingentes cantidades de riquezas y, por lo tanto, fabricar armamento que es quizás el negocio más rentable del globo. Más rentable que el comercio de drogas y la prostitución. Además es legal. Y evitar que los gobiernos inviertan en chorradas como la asistencia social, las pensiones y la educación.
En 1914, la economía europea y americana estaba casi en colapso, al final de uno de esos ciclos expansivos y después de tres recesiones graves: 1873, 1893 y 1907. Fueron el sarpullido de ese incipiente capitalismo decimonónico que se había creado con la primera y la segunda revoluciones industriales. Y las colonias ya no podían absorber que desde las metrópolis se les vendieran más maquinoides, tejidos, etc. Mercados occidentales y orientales saturados. Ya no quedaba tierra que descubrir y conquistar. Y había que destruir para volver a construir. El capitalismo salvaje es eso: consumir, destruir, desechar, fabricar y fabricar…
Era necesaria, desde hace tiempo, una gran guerra. Y se crearon inmensas fortunas fabricando hierro, herramientas, armas e incluso medicinas para atender a los miles y miles de heridos de la debacle. Algunas de esas fortunas perduran hasta hoy.
Ya hablaremos de la IIGM y de la Depresión del 29 que se configuran con el mismo patrón que en la IGM.
No me desdigo de mi comentario anterior pues el espíritu de Caín en Europa es necesario para que se produzcan estas carnicerías.
Ahora, hoy, el capitalismo salvaje también está necesitado de generar nueva economía fabricando armas de nuevo. El problema es que cada vez son más letales.
Saludos a todos.
¿Se le ocurre algún continente (poblado por humanos) sin guerras?
No, efectivamente.
Utopía, lo describió Tomas Moro, europeo y cristiano.
Tan ficticio como sus buenos gobernantes.
Y así seguimos…
Lo malo es que, si bien las dos guerras parecieron haber enseñado bien la lección y en los años 50 nació una aspiración política de reconciliación entre los contendientes europeos, sobre todo entre Alemania y Francia, que dio lugar a una prosperidad económica basada en la colaboración y en la confianza política, motorizada por lo que entonces llamamos en España Mercado Común Europeo. Sin embargo, con la integración -yo creo que precipitada- de algunas naciones procedentes del otro lado del viejo Telón de Acero, ese sistema ha iniciado una descomposición creciente a ojos vista y la “Unión” Europea lleva el camino directo a constituirse en una potente casa de putas (si no lo es ya).
Pero estoy adelantando acontecimientos. Esperemos a que don Arturo llegue a ahí.
Había mucho egoismo, mucha avaricia, mucha estupidez y…mucha gente. La primera y segunda guerra mundial, y las de antes y las de después, no son mas que purgas del mundo (que se defiende ante la plaga que somos los humanos) y de la mal llamada civilización a estos excesos.
El verdadero enemigo del pueblo, es quien lo desgobierno. Lis liberales en economí siempre encontraron un pretexto para hacer la guerra, pues esta les da pingües beneficios.
Un siglo después de esta Gran Tragedia europea, Macron anuncia en Francia el recorte de su estado de bienestar, para atender las demandas de un gasto militar más abultado que hace la OTAN.
Madame Guillotina está pendiente del noticiero, a ver si la vuelven a llamar.
Todo lo que era sólido (se desvaneció)… se sublimó (Fis.) en una modernidad nueva, joven, sinuosa, luego funcional, desvinculada de las cadenas del pasado, creadora de novedades (de consumo rápido, acelerado), para individuos ansiosos de ser libres, de frenesí y de desenfreno.
Todo lo que parecía sólido de nuevo, cuajado y recio, se desmorona, ahora sobre pies de barro (o lodos), debilitado el pulso fósil, descuidada la casa común, extenuada la Vida, enredados todos en la virtualidad, colapsando poco a poco, sin aspavientos, jugando a quién ríe el último… ¿Ese? Que apague la luz. Y silencio.
Gracias de nuevo por su artículo.
Anhelos
La segunda guerra mundial, sin duda fue fruto de la primera y del infame Tratado de Versalles. Todavía hoy en día padecemos sus consecuencias .*
*(La ONU, con sus miembros permanentes del Consejo de Seguridad y su derecho a veto, un auténtico abuso que quien lo padece, o lo ha padecido, puede dar fé de ello.)
Pero, en el periodo de entreguerras, Europa todavía tenía una oportunidad. Esa oportunidad se desvaneció irremediablemente tras el estallido de un nuevo enfrentamiento bélico entre europeos.**
**(En los años 30 tanto el ejercito francés como la marina británica eran considerados los más potentes del mundo. En teoría, luego en la práctica se demostró que no era así, pues ninguno de los dos fue rival para Alemania. Pese a que al principio de la guerra los germanos todavía no habían desarrollado apenas el arma submarina, los norteamericanos tuvieron que ceder medio centenar de viejos destructores a los británicos porque la Royal Navy hacía aguas en el Atlántico. Del ejercito francés mejor ni hablamos)
Después de acabada la contienda el orden internacional había cambiado por completo y la vieja Europa destruida, tanto en países vencedores como en vencidos, dejó de ser rival para las dos nuevas potencias preponderantes surgidas tras el conflicto. Los “imperios” coloniales pronto pasarían a la historia y la creación de dos bloques antagónicos marcaría el siguiente medio siglo.
La cosa no tuvo porqué concluir así, pero muchos de los que don Arturo cita sin nombrar en el artículo lo quisieron de esa manera, se ve que, gracias a ello, obtenían lo que tanto anhelaban.
Anhelos, los hay de gloria,
Otros son de libertad,
De no repetir la historia
O de conseguir la paz.
Y son deseos legítimos,
Querencias a respetar…
En cambio hay otros rarísimos
Que no hay que tolerar.
Son los anhelos que expresan
Triunfos de la voluntad,
La voluntad que profesan
Los que se sirven del mal.
Afán de preponderancia
Con ansias de dominar,
Grandes dosis de arrogancia
Y sin nada de humildad.
Todo el mundo piensa en Hitler
Pero se olvidan de más,
De más tipos que repiten
Las pautas de la ruindad.
Ese anhelar es un vicio
Difícil de controlar
Y a muchos saca de quicio
Si no lo pueden lograr.
Las carnicerías más grandes aún estaban por venir.
Estaba yo pensando donde había visto un divorcio semejante cuando lo de Trump con Musk, ya lo tengo: Trosky-Lenin.
No puedo comentar su artículo “Sol, sombra, frío, lluvia y otros horrores” porque no tengo para pagar la suscripción. He intentado sin éxito acceder con este aparato, pero no lo he conseguido. Así que dejo el comentario aquí de manera gratuita -aunque vengo del quiosco de comprar el XL Semanal- para decir que sí, que los ciudadanos nos hemos vuelto imbéciles y las autoridades extreman el celo preventivo para después no tener que comerse el marrón. Porque menudo marronazo. Usted en el citado artículo lo sugiere en forma de duda. Yo lo afirmo.
Bravo Maestro, como siempre, macizo, preciso y con humor. Todos deberíamos escribir como Ud. Gracias